febrero 07, 2016

Sombras largas, cielos altos...




Sombras largas, cielos altos, gente morena de azúcar y polvo; si sus miradas se cruzan con la mía no sonríen. Nomás se me quedan viendo. Altos los árboles y altos los techos en la Santa María, y altas también las nubes y las torres de las iglesias, y tan alto el cielo que la gente ve muchos y dice "cielos". Camino por ésta mi colonia. Ya me sé ajena. Nomás la estoy caminando. En el parque del kiosko morisco, el sol crepuscular atraviesa los espacios entre las varas de los árboles y avienta sus sombras larguísimas sobre el adoquín brillante y gris de los paseos, sobre el chorro de agua de las fuentes, sobre las risas chillonas de los niños, sobre la gente que pasea, aburrida, sin nada mejor qué hacer. No hay nada aquí que me acoja, que me cobije; ni el sol calienta, es sol de invierno: nomás quema. El aire es lo único cierto, lo único que se mueve, uno creería que libre y fresco; pero allá arriba, en esos cielos que se tienden lejos, lejos de mí, allá el aire se ve que no mueve nada porque el azul está desteñido, mugroso de cochambre y smog. Me pica la nariz. Me lloran los ojos. Pinche cielo jodido; tan alto y tan amplio, y no puede salvarnos de tanta mugre que flota y nos llena de humo los pulmones.
     Me regreso a mi casa: ese no es el cielo que yo amaba.

Mutilación

Alarga las manos, ¡no las muevas!: vamos a cortar; será un pedacito, no más. Está fracturado, no hay nada qué hacer; los tumores son...