agosto 18, 2016

18 de agosto de 2016- Even for me



#8 Carta a Lobacio, mi amigo imaginario

Mi más querido:
¿Es la tristeza un padecimiento? ¿O es, más bien, un mal hábito, el lugar al que he ido a sentarme un rato casi todas las mañanas, a desperdiciar mi tiempo?, a desear que estuvieras aquí para poder platicarte todo esto y descansar en tu bondad...
            He vivido en un mundo de fantasías, Lobacio. Debí suponerlo; debí saber que la literatura existe justo porque lo que cuenta sólo en ella habita. A excepción –tú lo sabes– de Portland; pero, ¿no me estaré engañando, como me he engañado con la amistad, una y otra vez; con el amor, mil veces; con mis estudiantes, tan amados, cuya adoración acaba siendo, una vez y siempre en cada una, tren de una sola vía? Precisamente hoy se abrió ante mí el abismo, pues supe que R. fue a la universidad a solicitar cambio de profesor, así que, ya ves, su traición es ya un hecho. Y escucho el llamado de la tristeza, quiere que baje con ella a los túneles pavorosos a los que me niego a volver. Sin embargo, he logrado resistirme y no acudí a su llamada; me aferré a tu recuerdo y al de otro, uno del que quiero hablarte hoy. Y es que, mira, tienes que saber que hay uno –que existe, sí, aunque apenas– a cuyo lado caminé en un sueño y cuya sola existencia disipa el miedo y los agobios.
            Déjame que te cuente mi sueño, te lo ruego; necesito contarlo para saber que fue cierto:
           Era de mañana, muy temprano; no habíamos dormido y llevábamos esa sensibilidad alterada que se experimenta tras haber pasado la noche en vela; él iba hablando de sus viajes, de su familia, y su voz había creado una especie de vacío en torno nuestro, y conforme andábamos se fue haciendo claro que a un costado suyo había un espacio, algo así como un hueco, que “por un azar que no busco comprender” coincidía exactamente con la medida de mi cuerpo y mi persona. Alcé entonces el rostro hacia él y fue como si no lo hubiera visto antes; como un giro del caleidoscopio: las mismas piezas, mis propia mirada atisbando el mundo a través del mismo cilindro, el mismo juego de espejos, y sin embargo... su rostro era distinto, se presentaba de pronto ante mis ojos resuelto en luz, suave y definido. Sólo un giro y ahí estaba: belleza en puro.
            Más tarde ese día, ya despierta, coincidimos en una reunión y fue como en el sueño: un hombre hermoso y varonil, lleno de imperfecciones. Perfectamente imperfecto.

No va a quedarse, Lobacio; pero existe. A veces veo su silueta pasar cerca de mí; otras veces me saluda desde la lejanía, pero yo sé que no va a regresar; lo sé, porque nadie regresa nunca. Como tú. Pero él igual que tú, me dio algo delicado y bello: fui feliz junto a él. Fui feliz, exactamente como me sentí –como sé que me sentí, aunque ya no lo recuerdo– allá, en aquellas tardes heladas bajo aquel cielo portentoso, tan lejano.
            Así que, ya ves, ¡la felicidad existe!; y está esperándome, allá, lejanamente allá, adonde quién sabe si he de llegar o cuándo lo lograré.
            Y junto a él. 
            Él no lo sabe. Y está bien, ¿para qué querría enterarse? Pero su recuerdo y el del sueño me han servido, como si fueran música o literatura, como un pasadizo seguro hacia mi corazón, para no perderme en medio de la pobreza, de la traición y la mezquindad, de la soledad, de las pérdidas, constantes; de la tristeza.
           Y es así como inesperadamente me encuentro, por primera vez en mi vida, resistiéndome con toda mi alma a la tristeza, combatiéndola con ese único pero poderoso recuerdo. Lobacio, la felicidad existe, incluso para una marginada como yo.
            Ojalá también tú existieras.
Te extraño:
M.

agosto 05, 2016

Pintar lo sentido

En la maestría un profesor nos habló una vez de unos pintores en Japón que asistían al festival de las flores de cerezo -el cual es aparentemente de una belleza delirante- y miraban las flores, delicadas y perfectas, llover sobre la gente, sobre las calles y los ríos durante dos días: la Naturaleza dando cátedra sobre el principio de la impermanencia. Miraban y miraban estos artistas, y cuando la última de las flores caía, se iban a casa, llenos de todo lo que habían presenciado, a pintar lo que habían sentido.
       Así yo hoy vengo y escribo aquí lo que he sentido. He estado caminando la ciudad de noche. La he caminado por lugares en los que los árboles son altísimos y forman sobre nuestras frentes bellísimas cúpulas vegetales, tras las cuales se alcanza a vislumbrar la otra bóveda, la que es marca de agua del universo; y se me figura que los árboles han de estar enamorados del cielo porque éste es tan alto y magnífico que aquellos jamás lo alcanzan, ni siquiera lo rozan.
      Yo llevaba puestos los audífonos; escuchaba una lista de reproducción que grabó mi hermano para mí con música de lo que en los ochentas entendíamos por rock progresivo, y la noche se columpiaba en esos espacios que se forman entre lluvia y lluvia, cuando no se ha acabado de secar el aguacero anterior cuando ya otro se cierne y se puede sentir la humedad del ambiente en la piel y en el cabello; entonces alcé la vista y vi los troncos en sombra cuyas siluetas se recortaban sobre el cielo iluminado de la ciudad, y recordé...
       ...a Martha en Guanajuato, donde según mi memoria siempre está lloviendo en octubre; recordé su voz explicándome algún pliegue que por mí misma no había podido descifrar de la vida, mientras retenía su sombrero con las manos, fuertes, finas y blancas; y así yo hoy me quité mi propio sombrero para poder levantar la barbilla, como si un hombre arbóreo descendiera desde su gran altura y con dedos de niebla me alzara la cara para besarme
       ...a Mertens aquella tarde en aquel teatro, cuando recordé de golpe que de jovencita mi sostén principal había sido la música, pero luego lo olvidé, y al oír las primeras notas de "Their duet" las lágrimas me surcaron la carne del rostro, hendiéndola, recuperando eso que me sostuviera por tantos años y que perdí en el camino a fuerza de decepción y desamparo, y que Mertens me devolvió entero: la música, vórtice y puntal de mi vida. Así yo miré esta noche el cielo a través de la enramada mientras escuchaba a Duran Duran cantar "Chauffeur", con su leit motiv hipnótico y siniestro, y absurdamente prodigioso porque entreverado en sus compases está mi nombre escrito
       ...a Lobacio, mi amigo imaginario: ya una vez me dejé invadir de maravilla ante esa cúpula, pero de día; los mil brillos destellantes, el movimiento perenne de las hojas, todos los tonos posibles de verde se trasladaban con la luz de hoja en hoja, de árbol en árbol bajo el sol rasante de la tarde; entonces quise escribir un poemario en el que diera cuenta de toda, toda, toda esa belleza: la luz, los árboles, el verde, las sombras, los perfiles de los árboles, el olor de los troncos, de la tierra, de las ramas... Y le pregunté a Lobacio qué le parecía la idea, pero debe haber juzgado que la empresa era superior a mis fuerzas porque no me contestó, así que nunca lo escribí; pero hoy de nuevo miré esa belleza, amenazadora y magnífica, en el cielo, y recordé los ojos azules de mi amigo y comencé a pensar poesía bajo esa nocturna cúpula cenital
       ...pero sobre todo, me recordé a mí misma, atrapada en esta piel, con esta falta de belleza tan brutal comparada con la belleza verdadera de los árboles que me rodeaban, y recordé también que esta mañana apenas leí a Rosales para mí misma, sólo para reconfortarme con la perfección de su verso redivivo al contacto con el beso de mi aliento. Entonces pensé que no acabo de ser la mejor versión de mí misma; que soy sólo versiones y ningún "mí misma"; que soy esos árboles bajo este cielo; que tan sólo me concedo el que mi cabello sea tan hermoso como la bóveda vegetal de las mil hojas, diminutas y perfectas. 
       Y del mismo modo que esa enramada oculta y a un tiempo espía el cielo, así quisiera yo que la humilde belleza contenida en mi cabello ocultara la torpeza e ingenuidad de mi pluma para dejar entrever, aunque fuera tan solo en brevísimo vislumbre, una rendija de la belleza potenciada que en alguna parte ínfima de mí habita, para que cabalgara sobre alguna de estas palabras, efímeras pero quizá, por lo mismo, perfectas.


agosto 03, 2016

Me aburro

Ya no me agrada tanto el caralibro; lo cual es una enormísima desgracia porque he pasado horas y horas de [in]sana diversión ahí metida, a pesar de lo cual debo aceptar que me duró el gusto más de lo esperado.
      Lo abrí en enero de 2010, porque era la única forma de comunicarme con dos personas muy queridas; una de ellas trabajaba en la misma escuela que yo, y aunque era posible ver su cubículo desde el mío, sólo lograba saber de él a través del feis; ahora ya no trabajamos juntos pero seguimos sin saber gran cosa del otro. La otra persona ya está muerta, como tantas otras que han fallecido y me han dejado como deshabitada. Debí cerrarlo cuando Ceci se murió, pero para entonces ya me había gustado el juguetito.
       Es lindo, no lo niego. Gracias a él me enteré, por ejemplo, de que alguien encontró el modo de imbricar la realidad que compartimos con la virtual en los smartphones, y 'ai andan todos, cazando pokemones (cosa que me parece absolutamente maravillosa). También gracias a él puedo saber qué es de mis amigos en Japón y en Taiwan, en mi adorada Portland y en Vancouver; puedo seguir las andanzas de mi prima que más que yoguini parece gitana, y mandar besos a Monterrey y a Houston; puedo apoyar las causas perdidas de Lobacio, enterarme de que el padre Solalinde necesita ayuda en su albergue, echarles porras a mis amigos y estudiantes y, de vez en cuando, leer alguna enseñanza de mis Maestros. Y además hay tutoriales con recetas de cocina maravillosas y fabulosos juegos donde flores y dulces revientan entre colores chillones y musiquita machacona, lo cual lo convierte en un batiburrillo de estímulos, ideas, imágenes, propuestas, noticias, advertencias y bromas.  Está mono, pues.
       Lo que ya no está nada lindo son los memes reciclados; los videos dizque científicos que le comen el seso a la gente con datos sacados de la manga; los opinólogos agresivísimos y regañones que quieren decirnos a los demás en qué creer; los que se burlan de las creencias de los demás; los que pendejean a los demás; los que están peleados con la vida y se desquitan en el feis; los que al grito de "libertad de expresión" atacan y son groseros, mientras que en el otro extremo te acusan de "falta de respeto" los que se ofenden porque te atreviste a disentir de algo que publicaron.
       Pero lo que más me choca es que la verbalización ha dejado paso al like. Ponerle like a un post sirve igual para decir "ya lo leí", que "ya lo vi pero no me gustó", que "ya lo leí y no me gustó, pero que conste que sí lo leí", o inclusive "ai'stá su laik, ya pa' que deje de joder"; se podría dar una clase sobre polisemia con el terminajo en cuestión: "Los diferentes usos del 'me-gusta' feisbuquero", tema de tesis.
       Y luego está el asunto del Cortejo Amoroso. ¡Uh, ya valió!
       En una película romántica (léase: cursi) una personajita muy mona, protagonizada por Drew Barrymore, se quejaba de que hace algunos años, cuando estabas esperando a que el hombre que te gustaba te hablara, sólo estaba el teléfono de tu casa y la contestadora, y entonces no había más que de una sopa: o había, o no había mensaje, y punto. Ahora tenemos al menos cinco redes sociales más para comprobar que no hay mensaje/ llamada perdida/ whats/ mail/ inbox o lo que sea; es decir, cinco formas distintas de [in]comunicación para que te ignoren y te sientas rechazada.
       Pero lo que más detesto del caralibro es a la gente animosa que anda chingue y chingue con que hay que mantener un estado mental `positivo'. Bueno, a ver; y si no se me da la gana, ¿qué? Yo desde niña he sido sumamente crítica y descreida, al punto de que en mi familia decían -y siguen diciendo- que yo en lugar de castillos, construyo mazmorras en el aire. ¡Así, justamente! ¡Y qué, y qué! 
       A ver, ¿les ando yo diciendo a los demás cómo vivir? No. ¿Los ofendo diciéndoles que sus creencias religiosas son ingenuas?, ¿que cazar pokemones es ser idiota?, ¿que ya olviden a ese güey y mejor se consigan otro? ¡No!, ¡por supuesto que no!

¡Ay! Hace cosa de un año pasé de la irritación al enojo, y de ahí al franco encabronamiento, para finalmente deslizarme hasta esta sensación de vacuidad en la que sigo enganchada y que de vez en cuando se puebla de palabras e imágenes que mis amigos publican y a las que, cómo no, les doy like, mientras espero que el hombre al que quiero o la amiga que me procura rompan el silencio del puntito verde junto a sus nombres -signo de que están "conectados"- con un mensaje que me reconforte y me saque del cuerpo esta sensación de ser la interfaz humana que le permite al caralibro seguir funcionando.

Mutilación

Alarga las manos, ¡no las muevas!: vamos a cortar; será un pedacito, no más. Está fracturado, no hay nada qué hacer; los tumores son...