Me fue tan mal que no sólo no comí ahí, sino que les envié el mail que a continuación les dejo acá a ustedes junto con la siguiente recomendación: no vayan, sobre todo si van solos; los van a tratar como a la chava de Mujer bonita cuando va a la tienda fancy de Rodeo Drive y la corren porque no les gusta su facha, lo cual, desde luego, califica para discriminación, pero... ¡en fin!, aquí se los dejo y ustedes dirán.
"A quien corresponda:
Hola.
Mi nombre es MaryCarmen Castillo y soy profesora en la Carrera
de Lengua y Literatura Hispánicas, en el campus FES Acatlán.
Por
diversas razones, hoy debía ir al Centro Cultural Universitario, así que
decidí ir a conocer su restaurante "Azul y Oro", ubicado arriba de la
librería. Mi plan era comer con ustedes y a las 5 que abrieran las
oficinas de Difusión Cultural, irme a hacer mis trámites.
Llegué
alrededor de las 4:30 pm; el restaurante estaba casi vacío, sólo había
ocupada media docena de mesas. La chica que recibe a los clientes me
condujo, muy amable, hacia el centro del restaurante y me indicó una
mesa en medio del local. Yo le sonreí y le pregunté que si sería posible sentarme
junto a un ventanal. "No", me contestó. "¿De verdad?", le pregunté, un
poco sorprendida. "Sí, es que esas mesas son más grandes y no tarda en
subir más gente", fue su respuesta, tras lo cual dejó los menús y se
retiró.
Yo
me senté, muy sorprendida y sintiéndome como niña regañada. Ciertamente
iba sola, pero iba a consumir, no a ocupar una mesa nomás porque sí; y
las "mesas grandes" no son tales, sino tan solo dos mesitas como esa en
la que me sentó, arrimadas juntas para dar cabida a más gente; o sea,
se pueden separar o juntar según se desee.
No entendí cuál era el problema. Y sigo sin entenderlo.
La actitud del mesero acabó por empeorarlo todo, pues llegó a preguntar
qué quería de beber mientras miraba la carta; pedí un refresco; sólo había pepsi; bueno, ya qué. Y me
puse a ver el menú de comida: todo se veía delicioso; y ya era tarde y
de verdad tenía hambre, pero parecía yo salero ahí, sentada sola en
mitad de un restaurante cada vez más vacío.
Cuando
volvió el mesero a tomar mi orden, le dije que no, que me sentía muy
incómoda en esa mesa que me habían asignado y que sólo iba a querer la
pepsi. El mesero se sorprendió y me pidió que le repitiera la razón. De
nuevo dije: "No me gusta este lugar en el que me sentaron y me quiero
ir. Sólo tomaré la pepsi y ya". El mesero titubeó un momento y dijo:
"está bien".
¡Vaya, pues!
Así
que me tomé el refresco, pedí la cuenta -que me trajeron sin una sola
palabra-, pagué y me fui. De la chica de la entrada, ni sus luces.
Comí
otra cosa en otro lado, realicé mis trámites y me retiré como a las 6,
no sin antes asomarme a su restaurante -visible desde la escalera de
Difusión Cultural-: tenían al menos la mitad de sus mesas vacías.
Después
de esta experiencia, no haré ya ningún intento por regresar y
recomendaré a mis amigos y estudiantes, en mi blog, no acercarse por
ahí: me quedó claro que en ese restaurante no les interesa perder
clientes aun antes de ganarlos, como en mi caso. Deben tener mucha
confianza en que sus clientes de siempre van a seguir yendo y que no
necesitan nuevos...
Fue
muy decepcionante y un poco humillante. Ojalá reconsideren sus
políticas respecto a las "mesas grandes" (????) y consideren la opción
de entrenar a sus meseros y staff en general para tratar con más amabilidad a los clientes que comen solos."
Ha ido muy a la baja el "Azul y Oro". La última vez que anduve por ahí nos quisieron vender una tostada con lechuga como "tlayuda oaxaqueña contemporánea". Del asquito. Y sí, qué bueno que los mandaste al cuerno.
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