Como cada fin de curso, quiero -y debo- expresar claramente mi agradecimiento por todo lo aprendido, por el cariño, las enseñanzas y experiencias.
Les doy las gracias sobre todo a mis estudiantes de Semiótica por las vivencias que me permitieron compartir con ustedes y por el preciosísimo asombro con que recibieron mis saberes: son ustedes estrellas en mi corazón.
Sin embargo, no hice todo bien -ni de lejos- y por ello pido perdón a mi Universidad, por las muy malas cuentas que entrego en esta mi primera experiencia entrenando a alguien para profesor; aunque me esforcé mucho, fracasé rotundamente. Ni modo; asumo la responsabilidad de lo que salió mal y me comprometo a encontrar el modo de rectificar el camino y ser un mejor guía.
Por lo pronto, sólo me queda agachar la cabeza y dar también gracias por los descalabros; dice mi Señor el XIV Dalai Lama: "Si pierdes, no pierdas la lección". Aún no sé cuál fue mi lección aquí; quizá fue sólo un recordatorio de que estoy llena de defectos y eso me abre infinitas posibilidades de aprendizaje. Puede que sea eso: un recordatorio de lo mucho que me queda por aprender. O quizá sólo fuera una práctica más de desapego y resiliencia; de resistencia a la frustración; de aguantar vara sin quebrarse.
Va, pues. Que cada quien cuente sus bendiciones como quiera: yo doy gracias por mi universidad y mis estudiantes adorados, y por mi desencaminado pero aun así, muy querido adjunto. A fin de cuentas, cada uno deberá caminar su camino y obtener las enseñanzas que mejor pueda y sepa seguir.
Aun así..., ¡ah!, ¡ojalá que la próxima vez el camino sea más amable y menos pesaroso! Pero por lo pronto, ¡qué bueno que se acabó el semestre!
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