Voy a reactivar esta cosa de una manera
que me es del todo extraña. Habitualmente, escribiría esto en mi diario;
cerraría al terminar el cuaderno; lo releería unas horas o días después, y
hasta ahí. Esto, en cambio, va a ser público. Ya no importa por qué.
Hace once años y medio llegué al IEMS;
tampoco es que fuera mi intención quedarme ahí más de una década. He visto ir y
venir a un montón de gente; algunos fueron excelentes maestros y los lloré
cuando se fueron. Otros eran un asco; qué bueno que se fueron. Ahora me voy yo.
Sé que no fui un asco; me he asegurado de ello. Es más, mi trabajo en el IEMS,
en Jalalpa, es de lo poquísimo que puedo asumir como mío, con orgullo y sin
culpa: yo hice todo eso. Y me voy ahora, porque no quiero estar ahí cuando
también yo me iba a convertir en una estúpida mediocre que maltrata escuinlces
y se queja todo el día y todos los días del IEMS, pero cobra su quincena
puntualmente y aun tiene el descaro de exigir mejores condiciones laborales. No;
yo no voy a ser esa persona horrenda, porque no me voy a quedar a ver cómo
sucede. Igual que cuando por fin decidí terminar con mi matrimonio, lo decido
tras pensarlo larga, larga, largamente, y no sin haber intentado toda clase de
cosas para ver si la que estaba mal era yo. Resultó que sí: la que está mal soy
yo, porque los demás están muy a gusto; sólo yo quiero más; espero más, de mí,
de mi capacidad para hacer valer esta vida.
Corto de golpe, con un
solo tajo, que conste que estoy avisando que no voy a regresar; por supuesto,
nadie me cree. No me conocen. Después de once años, no me conocen lo suficiente
para saber que yo tardo mucho en decidirme, pero cuando finalmente lo hago, no
hay marcha atrás. Cuando tomo una decisión, no renuncio a nada: en el instante
mismo en que decido, las demás opciones desaparecen, como si jamás hubiera contado
con ninguna otra opción –ni mejor, ni peor: ninguna otra- que la elegida. E igual
que con aquel que fue mi Más Amado, también ahora me voy antes de que valga
madre todo, porque ya vi que, irremediablemente, es ya imposible detener la
corrosión; ya carcomió todas las capas que protegían el centro. Sólo queda puro
e incólume mi amor por los muchachos: así sé que éste es, y no otro, el momento
correcto de partir: justo antes de hacerles daño.
Y
sin embargo, heme aquí, justificando mi partida. Está bien. Ya que es eso lo
que me descubro haciendo, he de hacerlo lo mejor posible, como todo, pues hoy
una a la que quiero sinceramente y a la que considero mi amiga (sólo me llevo a cuatro amigos de ahí), me pidió
cuentas, con tanta franqueza y tan honestamente dolida, que para ella y para
los otros tres, y para mis amadísimos estudiantes (quienes jamás –qué mal hice
mi trabajo en ese sentido-, jamás se atreven a pedirme cuentas de nada, tanto
así me aman y tanto así confían y tan mal así los eduqué en las costumbres de
cuestionar a cualquiera que se les plante enfrente),para ellos extiendo ahora
esta justificación.
Para
mí será, en cambio, mi manera habitual de escribir el mundo para ver cómo es,
para saber qué es esto que siento y quién es ahora ésta que escribe. Y en esta
ocasión, mi manera de despedirme. Pues sólo es real aquello que escribo, me
despido así, largamente y por escrito, para que sepan que todo es cierto: que
me voy y que amé profundamente el IEMS y mi trabajo ahí; a Jalalpa con todo y
presa y vacas radiactivas y arbolitos enclenques; las Horas de Lectura tirada
en el piso con mis estudiantes; a mis compañeros profesores, aunque sé que ya
no es mutuo, y a mis estudiantes. Sobre todo, para que sepan que amé profundamente
a mis compañeros y a mis estudiantes.
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