En la Maestría llevé una materia fabulosa llamada "Ética del acto
analítico". Se trataba de un taller dirigido por Martín Juárez; el objetivo, reflexionar en torno a la violencia, sobre todo aquella que
nosotros ejercemos sobre los demás.
Debo poner sobre relieve dos cosas: la primera es que Martín Juárez es la
clase de hombre que porta en el rostro
la dureza lacerante y la compasión
absoluta de quien ha dedicado su vida a servir al prójimo; y la segunda es que Martín
trabajó en Jalalpa 10 años, en un programa social de reducción de daños. Parece
que coincidimos en el tiempo (sus últimos años fueron los primeros que yo estuve ahí), que no en el espacio, pues yo no supe de él sino
hasta el 2012, cuando lo tuve como profesor en la maestría. Me impresionó
muchísimo saber que había estado en Jalalpa también él y que su tesis de
doctorado está basada (no sé si en parte o en su totalidad) en su trabajo allá
arriba.
Como se podrán
imaginar, me dejé guiar de mil amores por Martín a través de todas las
actividades que nos pidió, casi todas de orden vivencial y ético. Les dejo aquí
el ensayo que fue mi producto final de ese seminario y mi agradecimiento y admiración
absoluta para Martín… y ya puestos, para Benito y toda la gente de “La Carpa”.
Después de escribir este ensayo y de hacer mi exposición acerca de
la escuelita del IEMS en Jalalpa, yo acabé llorando, mis compañeros opinaron a
una voz que me urgía conseguir un trabajo que fuera sólo eso, un trabajo, y que
más me valía hacerlo pronto, porque estaba claro que estaba yo en peligro,
grave. Martín se limitó a decirme con toda seriedad que no me casara con
Jalalpa, que era insano y que corría el riesgo de creer que era parte del
barrio cuando no era así en realidad.
Les dejo aquí el
ensayo:
Sí o no: ejercer el poder de decisión
Por: MaryCarmen Castillo Porras
De los objetivos
planteados para el Taller de Reflexión en Torno a la Violencia, “Ética del acto
analítico”, el que hice mío, de inicio, fue el que decía: “Hacer más limpio
nuestro servicio a los otros” y junto con el objetivo de reflexionar en torno a
la postura ética, pensé que esto podía ayudarme a resolver alguno de mis
múltiples problemas al trabajar -desde hace ya 10 años- con adolescentes en una
de las preparatorias del sistema educativo de nivel medio superior que ofrece
el gobierno de la Cd. De México, mejor conocidas como “pejeprepas” y
oficialmente llamadas IEMS. Mi plantel se ubica en la delegación Álvaro
Obregón, en el barrio conocido como Jalalpa, el cual comenzó como un cinturón
de miseria en torno al barrio de El Cuervo, donde fincaron sus viviendas los
pepenadores de los antiguos basureros sobre los cuales y a un cerro de
distancia, se levantó la Universidad Iberoamericana y las colonias más ricas y
poderosas del país en este momento. En la actualidad, Jalalpa es uno de los
cientos de barrios llamados “marginales” y que cubren en su totalidad los
cerros antes boscosos y ahora devastados, desde El Cuervo y hasta el Periférico
a la altura de San Antonio.
El punto de partida desde el cual
inicié mi reflexión fue el sentimiento cada vez más acendrado de estar en
falta, pues las demandas de los muchachos no son de orden académico, de manera
que una institución educativa, por muy bienintencionada que sea (y la nuestra
ya no lo es), no podría atenderlas. Ciertamente, si quisiera, podría al menos
intentarlo y obtener cierto éxito, como nos sucedió los primeros tres o cuatro
años; pero como en la actualidad la institución además no quiere, son demandas
que se diluyen en el aire tan pronto son emitidas.
Desafortunadamente, la incapacidad o
negativa a atender dichas demandas redunda, lógicamente, en un desempeño
escolar bajísimo (aquí aclaro que ya sé que todos los sistemas educativos
tienen problemas de bajo desempeño y deserción, pero yo estoy hablando de
Jalalpa, no del resto del sistema educativo, o sea, el mío es este caso
particular ante el cual yo soy responsable, es el que conozco, del que tengo
los datos, cuya población está bajo mi cuidado y, en fin, éste es el caso del
que hablo y los míos, los muchachos ante los cuales respondo, pues tal es mi
noción de ética: responder ante el otro y darle un lugar como mi igual frente a mí).
Los muchachos tardan mucho en ganar
suficiente confianza en alguno de los profesores, pero una vez que lo hacen,
emiten sus demandas con regularidad y a bastante volumen; las demandas podrían
reducirse a una: es siempre y a final de cuentas, una demanda de amor. Por
supuesto, ante semejante demanda, todo el mundo se deslinda en la institución
bajo el argumento académico y por tanto incontestable de que “no es mi
función”. Sin embargo, como la que sí es
función del DTI (“docente-tutor-investigador”: así dice nuestro contrato) es
asegurarle al estudiante “el seguimiento y acompañamiento necesarios para que
logre terminar con éxito su bachillerato”, resulta entonces que atender dicha
demanda se vuelve una función implícita en nuestro contrato. Aquí es donde yo
-y todos mis compañeros pues, pero ya sólo quedan 10 ó 15 que asuman esta
necesidad de decidir- me topo con el problema ético de, o bien acatar lo que
explícitamente me exige mi contrato -que en resumen detalla las actividades que
debo llevar a cabo para justificar mi sueldo; las actividades son las
siguientes: planear mis cursos con base
en los programas, dar clase, brindar atención en asesoría y tutoría, realizar
lo que ellos llaman “investigación educativa” y que no sirve para nada ni a
nadie le interesa, y por supuesto, entregar informes de cada una de las
anteriores-, o bien, atender a las demandas de los estudiantes, razón por lo
cual me paso la vida ideando estrategias rarísimas que sirven para mostrarles a
los chicos las posibilidades que ofrece la vida, pero también escuchando
historias que parecen de terror respecto a todo lo que sienten, a las carencias
que tienen, a la manera como sus padres los ignoran o maltratan física y
emocionalmente, a las múltiples humillaciones a que se ven sujetos a diario por
ser jóvenes, al desprecio por sus actividades que no tienen nunca ninguna
importancia en comparación a las de los adultos, el riesgo siempre
increíblemente alto de: “quedarse en el viaje” (sobredosis de drogas o que les
sea ya imposible dejarlas y acaben en la calle), acabar de prostitutas,
embarazarse, acabar en el hospital por las golpizas que les ponen sus papás o
los adultos que supuestamente los cuidan, demandar o ser demandados por abuso
sexual o por otras causas diversas, enredarse con alguna de las bandas
(llamadas “monstruos”) de “dillers” (vendedores de drogas a menudeo y/o
mayoreo), como matones a las órdenes del líder de un “monstruo”, o como parte
del “staff” de un “monstruo” que se dedique al secuestro y como son los nuevos,
son los que acaban en las cárceles cuando las cosas salen mal...
Las historias son interminables. Y
la demanda es siempre la misma: ayuda; escucha; respeto; cariño; consuelo;
seguridad; un lugar en el cual no tener miedo. Esto último lo he logrado hasta
cierto punto al convertir mi cubículo en un espacio de escucha, individual o
colectivo según se requiera, con y sin mi presencia (aunque sin mi presencia
existe el riesgo de que ganen las costumbres del barrio y acaben agrediéndose o
transgrediendo los límites del espacio, como el día que pusieron en marcha una
suerte de estética en mi cubículo un viernes que yo no estaba con vistas a una
fiesta esa noche y los demás profes se quejaron); así mismo, me he convertido a
mí misma en una especie de espacio de escucha que a veces funciona, aunque
generalmente yo siento que no, porque siempre me siento angustiada y
sobrepasada, y siempre estoy consciente de que todo lo que diga podría terminar
muy mal, aunque lo más seguro es que no cambie nada porque después de 10 años,
a veces reencuentro a antiguos estudiantes y descubro que nada cambió. Que sus
vidas no son mejores ni peores. Que sus formas de organización son las mismas
que hace diez años (o sea, inexistentes). Que aunque la Literatura es mi
dispositivo natural para desarrollar estrategias que atiendan hasta donde me es
posible las demandas tanto de la institución como las mías propias (que no son
otras sino las de los chicos, pues yo hago mías sus demandas), encuentro a mis
antiguos estudiantes y me dicen con total desparpajo que ya tienen un montón de
hijos, que ya se casaron y ya se dejaron y ya se volvieron a casar y ya
tuvieron más hijos, y que no leen nada
pero que se acuerdan de mí con mucho cariño. Entonces me doy cuenta de que esto
no está funcionando más que a nivel de reducción de daños en el mejor de los
casos o asistencialista en el peor de ellos; y eso es muy, muy decepcionante,
porque esa no era la idea.
Así, después de analizar a los actores, la manera como se ha desarrollado
la institución y yo dentro de ella a través de esta década, los actores que han
ido apareciendo o desapareciendo, y los éxitos y fracasos registrados, llego a
distintas conclusiones:
1.
La educación media superior, aun la desarrollada
por una institución [supuestamente] de vanguardia como el IEMS, es un tipo de
panóptico diseñado en México por Vasconcelos hace más de un siglo bajo un marco
positivista racionalista europeizante; y semejante modelo dizque educativo es lo que menos hace falta en un
barrio “marginal” como Jalalpa.
2.
Devolverle a los estudiantes la voz funciona
sólo a nivel de reducción de daños, pues la pierden en cuanto salen a la calle,
entran en su casa o, simplemente, cambian de salón para su siguiente clase con
un profesor que los quiere callados.
3.
De igual modo, enseñar Literatura en
Jalalpa funciona sólo a nivel de
reducción de daños, pues al paso de los años los muchachos pierden el gusto
apenas adquirido por falta de estímulo y no queda rastro visible de lo
aprendido. Por lo tanto, o bien el aprendizaje no es significativo, o bien lo
es, pero no es apuntalado ni reforzado por falta de tiempo y de apoyo, ni es en
realidad una necesidad esencial para el individuo, por lo que naturalmente se
diluye.
4.
De igual modo, los proyectos o intervenciones
diversas que se lleven a cabo con adolescentes en Jalalpa funcionarán sólo a
nivel de reducción de daños, pues pronto tendrán hijos y dejarán la escuela y
los proyectos con el fin de trabajar tiempo completo si son varones, o
encerrarse en su casa a aburrirse, limpiar, criar niños y urdir historias
telenovelescas si son mujeres, y dentro de 15 años llegarán a la prepa sus
hijos y volveremos a empezar.
5.
En Jalalpa, por lo tanto, la miseria no es
económica sino ideológica; en efecto, aquí los padres (los mismos que el resto
del año ignoran y maltratan de mil formas a sus hijos), el día del cumpleaños
de su retoño le ofrecen obsequios de mil, dos mil o hasta tres mil pesos, o se
gastan en sí mismos ese mismo dinero en ropa o en aditamentos para sus coches;
pero si pido que compren libros para el semestre, para lo cual deberán invertir
entre 500 y 800 pesos, se quejan y entonces sí van a la escuela a reclamar (una
señora me preguntó una vez que qué se hacía con el libro una vez leído, es
decir, que si se lo iban a cambiar por otro o cómo...).
6.
En Jalalpa, la educación no tiene ningún valor;
el valor se obtiene del trabajo en los varones, y de los hijos en las chicas;
del que sólo estudia los mismos muchachos dicen que “no hace nada”.
7. Como profesora,
no tengo ninguna forma de modificar ni las circunstancias contextuales de los
chicos ni las políticas educativas de las autoridades y sería por tanto muy
fácil para mí tomar la decisión de sólo enseñar Literatura y respecto a lo
demás, hago lo que pueda pero en realidad no es mi asunto. Sin embargo, soy
necia y ratifico mi idea de que leer, aprender, cambiar, conocer, cuestionar, y
sí, cómo no, escribir y pensar, son la puerta de salida de ese futuro
cochambroso que ya se les viene encima a los muchachos. En cualquier caso, mis
alcances se limitan a mostrar esa puerta, por si acaso a alguno de mis
estudiantes le interesa en el futuro atravesarla. Lo malo es que no suelen
interesarse o no tienen el empuje...; yo sé que es demasiado pedir.
Y es con base en esta
última reflexión como llego a la pregunta que realmente me interesa y cuya
respuesta ha de ser sí o no, porque ni mis estudiantes ni yo nos merecemos
respuestas comodinas, eufemísticas ni mucho menos autocompasivas de palmadita en
la espalda y “no te preocupes, seguro que hiciste todo lo que pudiste”, o “no
le llamemos “fracaso” que suena muy extremo”: ¡no!, le vamos a llamar por su
nombre y será sí o no.
Si es “sí”, maravilloso y habrá que diseccionar el núcleo
de semejante éxito para desarrollarlo y reproducirlo y exprimirle así hasta la
última gota.
Pero si es “no”, entonces deberé preguntar: “¿por qué
no?”, y a partir de la respuesta, tomar nuevas decisiones: si es porque ya no
creo en el magisterio ni en la educación como puerta de salida, conviene que me
vaya porque voy a hacer mucho daño; en Jalalpa, para ser maestro, hay que ser
muy, muy necio y estar completa y absolutamente convencido de que esto funciona
(o sea, de que yo funciono, en el IEMS y en Jalalpa). Ahora que si es
“no” porque lo que hago funcionaba pero se agotó y ya no funciona, entonces lo
que hay que hacer es acabar pronto de llorar y lamentarse, y volver cuanto
antes a empezar, inventar cosas nuevas, reactivarme, hacer una nueva apuesta.
La pregunta entonces, ya enunciada en clase, es:
Todas las instituciones educativas y los profesores
dentro de éstas deben ser agentes movilizadores que ofrezcan a sus estudiantes
las herramientas, caminos y posibilidades necesarios para que los muchachos, si
un día decidieran cambiar sus vidas, hacia donde ellos quieran y del modo y al
ritmo que ellos mismos desarrollen, encuentren en esas herramientas lo que
requieren para lograrlo. Así, pues, ¿estoy yo como profesora del IEMS en
Jalalpa ofreciéndoles a estos chicos lo necesario para que en un futuro, cuando
quiera que éste sea y para el caso de que alguno de ellos se decidiera a
cambiar sus vidas, puedan hacerlo con lo que yo les ofrezco?
La respuesta es: no.
¿Por qué no? Por dos razones: la primera, porque yo
aseguro que el magisterio no puede contra la reproducción de la desesperanza; y
dos, porque encuentro aquí una aporía: para atender a semejante demanda de amor
-en el supuesto de que fuera posible, legal, viable, ético o moral- se
requeriría de un desapego que sólo el Buda tiene. Pero al mismo tiempo
es condición sine qua non para atender a una demanda de amor, precisamente,
amar... y el amor y el desapego simplemente se repelen entre sí.
En otras palabras, para hacer bien las cosas como maestra
en Jalalpa necesitaría sentirme satisfecha de mi proceder y de los resultados,
cualesquiera que estos sean; amar a estos niños porque es esto y no otra
cosa lo que necesitan para impulsarse a sí mismos hacia afuera de la sima en la
que nacieron, pero ser desapegada para no generar sobreimplicaciones, desapego
que, ab initio, es absurda. Es,
pues, una situación irresoluble. Y agotadora.
En conclusión, trabajar en Jalalpa
como maestro es una experiencia única, extraordinaria, aterradora y
maravillosa; es un privilegio y un peligro; es el Horror en el que la belleza
explota por alto contraste. Y es como es, nada la va a cambiar; o al menos, no
puedo ser yo quien lo cambie. Así, pues, hice bien, pero me está haciendo daño.
Es tiempo de dar gracias por el honor tremendísimo y moverme a otra parte; ya
encontraré a otros que también necesiten ayuda y a los que yo sienta que de
verdad sí estoy en posibilidades de ayudar en una medida tal que yo misma quede satisfecha.
Hola maestra Mary, espero se encuentre bien, apenas me entere de que va a dejar la prepa, lo cual me da felicidad porque por lo que leo era algo que ya no la hacía feliz. Le escribo para decirle que no se sienta triste, pues yo, que fui su estudiante aprendí tanto con usted, me hizo mejor persona, me mostró que la vida sólo hay que vivirla de la mejor manera posible y siempre dando lo mejor de nosotros.
ResponderEliminarNo quiero que se sienta ofendida por lo que le escribo, ni que piense que le tengo lastima porque es lo menos que puedo tenerlo a usted, ya que usted es alguien que admiro y respeto y quiero, porque me enseño mi camino después de la prepa.
Sé que no la he visto desde hace un buen pero siempre la tengo en mi corazón ya que es una de las personas que han marcado mi vida de una manera inexplicable , además de que me enseñó a leer de una manera diferente y mejor, donde puedo encontrar consejos, resguardo y amor.
Con su clase lo que más aprendí fue amor al prójimo y al mundo porque lo que se escribe siempre está unido al sentir y eso ,aunque sea dolor, tiene un poco de amor lo cual a mi parecer es causado por las nostalgia.
Le deseo lo mejor en su camino, y yo sé que no le gusta que le hable de usted pero lo hago porque le tengo un grandisimo respeto y porque la veo como maestra de vida.
Gracias por todo su trabajo en el IEMS que sin eso muchas personas no habríamos sido lo que hoy somos.
Atentamente: Claudia Romero Infante.
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ResponderEliminarNo es falso, pero perdón no quise ofender a nadie y si la maestra me lo pide con mucho gusto borrare lo que puse. Nuevamente disculpas.
ResponderEliminarClaudia, ¡muchísimas gracias por tus palabras! Nada en ellas me ofende. Por favor, ignora a la persona que escribe aquí anónimamente; está dañada. Te agradezco mucho, mucho tu cariño y sólo espero ser digna de él. Gracias.
ResponderEliminarProfesora buenas tardes. Antes que nada permítame presentarme me llamo Inés y soy originaria de Jalalpa. Por razones de nostalgia me puse a buscar fotos de mi amada colonia y ¡oh sorpresa! Google me mostró las fotos de su blog. Y la curiosidad hizo el resto: comencé a leer su artículo y la situación que usted pasó en el barrio de Jalalpa.
ResponderEliminarYo viví desde mi infancia y hasta los 29 años rodeada de sonideros, el rio la mexicana, las casas tan raramente construidas de modo que quedaban “volando”, caminando por esas subidas y bajadas a Sta. Fe o Jalalpa ya fuera a la escuela, a la tienda o por el mandado, rodeada de grafitis, chavos drogados con solvente y bastantes perros callejeros. Jalalpa las torres no la frecuentaba mucho pero si conozco la escuela donde estuvo usted.
Sé gracias al internet que Jalalpa era un conjunto de minas de arena, que en santa fe había un basurero, que el crecimiento demográfico, el desplazamiento y asentamiento sin orden de la gente y la zonas de barrancas han hecho de Jalalpa una zona conflictiva.
A los 29 años me mude a tierras Morelianas. Y esa mudanza aunque no lo sabía del todo era por la misma razón que usted menciona en su artículo: “…no casarme con Jalalpa, era insano y que corría el riesgo de creer que era parte del barrio cuando no era así en realidad.”
Y hubo gente que me lo decía, no directamente con esas palabras pero esa era la idea (mis papas, maestros, colegas de universidad, algunos amigos, incluso mi esposo, que vivió conmigo 2 años en Jalalpa me lo dijo: ¡VÁMONOS! Y tuvo razón.
A veces extraño Jalalpa porque ahí pase mi infancia, pero cada vez que voy de visita o vuelvo a ver fotos de la zona me doy cuenta que hice muy bien en cambiar de aires. Como he dicho a otras personas “si tienen la oportunidad de ir a vivir a otros lugares mejores: háganlo”. El vivir en lugares como Jalalpa hace pensar que no existe una vida mejor. Y la consecuencia lógica es quedarse y conformarse con lo que hay.
Le agradezco mucho el tiempo dedicado a esos estudiantes. Estoy segura que muchos de ellos se darán cuenta que hay cosas y lugares mejores y que con un poco de esfuerzo (porque si se necesita) se puede estar mejor. Espero que se encuentre en un lugar mejor, con mucho ánimo, salud y sobre todos ganas de seguir apoyando a la gente.
Pd. Estoy buscando fotos antiguas, especialmente de Jalalpa y la mexicana y también de santa fe y alrededores. Si alguien tiene algunas y desea compartirlas le agradecería mucho. Las historias de esos lugares también se valen. SALUDOS. ATTE. ma.in7@hotmail.com