Para
escapar del laberinto en el que el cabrón del rey Minos los había
encerrado, Dédalo fabricó dos pares de alas, uno para sí mismo y otro
para su hijo, Ícaro, y con ellas remontaron el cielo y escaparon, ¡ah,
maravilla! Pero Ícaro se fascinó con la fuerza que las alas le
conferían, y comenzó a volar cada vez más y más alto, porque quería
alcanzar el sol; ¡y casi lo había logrado, cuando las alas
comenzaron a desarmarse en pleno vuelo!, y es que las alas estaban
hechas con cera, la cual se derritió por la cercanía del sol.
Así que
Ícaro cayó y se puso un tremendo chingadazo del que, si mal no recuerdo,
murió. Y eso es lo que le pasa a la gente que se emboba con el poderío
de la libertad y se acerca demasiado al sol, sin preguntar primero de
qué están hechas las alas que le dieron para volar.
Claramente, uno debería usar sus propias alas; y si no tiene o están muy jodidas las suyas, buscar un medio de transporte menos derretible. Pero, en cualquier caso, sin duda, uno debe desear siempre alcanzar el sol.
Claramente, uno debería usar sus propias alas; y si no tiene o están muy jodidas las suyas, buscar un medio de transporte menos derretible. Pero, en cualquier caso, sin duda, uno debe desear siempre alcanzar el sol.
Siempre.
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