enero 21, 2016

Portland, un poema sin recuerdos

¡Ay!, a mí me han dolido pocas cosas en la vida tanto como haber ido sola a esa lectura de poesía; esa lectura que tanto esperé me supo agridulce y casi rancia, como fruta pasada. 
     Ya muchos de ustedes saben que leí un poema mío en el círculo de poetas de Leah Stenson en Portland. No hay fotos de eso ni más memoria que la mía, porque nadie iba conmigo esa noche en que me perdí para llegar a Stonehenge Studio, donde se llevaría a cabo la lectura, y llegué tan tarde que todos me miraron con reprobación, pero nadie dijo nada, y Peter Sears leyó sus increíbles poemas, resonantes y llenos de puntas agudas e hirientes, y luego otros fueron leyendo, y por fin me llamaron a mí. ¡Ah!, ¡fue una experiencia abrumadora y extraordinaria, como todo en Portland! Regresé muy emocionada, pero pronto se abrió paso la tristeza: me escucharon un montón de desconocidos que no sabían mi nombre ni hablaban español... leí y mi poema se quedó grabado en alguna parte de sus adentros, a saber si algo en ellos entró en resonancia o sólo se quedó ahí, como parte de la noche.
      Mi amiga no estuvo ahí conmigo; le tuvo miedo al frío. O simplemente no quiso ir. O finalmente se hartó de que yo no sea como ella cree que yo debería ser y me dejó botada a 2mil 600 kilómetros de distancia de mi ciudad con la mano en la cintura, segura de tener buenas razones para comportarse así. Quién sabe qué explicaciones se dará a sí misma para justificarse; sólo sé que así había sido ya la semana entera y esa noche me sentí desconsolada y me llené de un desconcierto que no acaba de derramarse ni extinguirse.
     Y en su ausencia,  me lancé sola a caminar bajo la lluvia helada, mirando todo con asombro absoluto:

... sólo me detengo cuando el frío arrecia tanto que me ofusca; entonces entro a un café mugroso, de barrio, y en esa deliciosa lengua extraña le pido un pumpkin latte a una dependienta que me sonríe y con sus sonrisa parece invitarme a que me calme. También ella es extranjera, su inglés es vacilante pero su acento lo hace hermoso. Tiene un extraño artilugio para calentar su cafetería: parece un ventilador; y de hecho lo es, pero tiene un radiador integrado, de modo que lo que avienta es aire caliente. Y, en efecto, me calmo; me seco; me pongo botas nuevas especiales para ese frío, para esa lluvia; el café es dulce y delicioso, y la sonrisa se repite detrás del mostrador. La gente en Portland me sonríe. Todo me reconforta y me da ánimos. Me acabo el café, doy las gracias con efusividad mexicana que me atrae otra de esas sonrisas y vuelvo a salir a la gélida lluvia y a la ciudad maravillosa, a dejarme llenar de asombro por todo lo que veo y siento. Me asombré sola: mi amiga no quiso ser parte de eso...

Regreso a México y uno de los grandes amores que dejé me dice que me vaya de regreso si tanto me gustó, pero que una vez que me vaya, que quede claro que ni voy a regresar ni nos vamos a volver a ver. Me ahogo con el sollozo que me trago. Afortunadamente, ya no tengo corazón: lo dejé en una cajita sutil e incorpórea, hecha del sonido oceánico vegetal que hacen los árboles portlandeses cuando el viento los atraviesa; ahí lo dejé esa última tarde, enterradito, bien resguardado y dormido bajo la tierra, soñando a la orilla del Willamette River, hasta que pueda volver y rescatarlo. Entonces regresaré al Java Man Cafe a pedirle un latte a una de las sonrisas más hermosas con que un desconocido me ha regalado nunca. Y no necesitaré ya fotos ni recuerdos, porque estaré por fin de vuelta y todo estará ahí, frente a mí, vivo y real y cierto. 
     Y entonces me llenaré de asombro. Y seré feliz de nuevo.



[Les dejo aquí el poema que leí; los poetas áuricos ya lo conocen:]


Reciedumbre


"No fue mi intención llegar tan tarde,
ni la tuya venir tan pronto…

No envejecí contigo.
No amo tu sonrisa
            por la huella que dejó tu boca adoncelada
                                                           en mi memoria;
la amo porque es tuya.


Ni sé decir quién eres en las fotografías
de tu juventud.
El aplomo de tus veinte años me aburre;
la virilidad de tus cuarenta acicatea mi curiosidad
sin colmarla:
ahí no estaba –no todavía– tu recia guapura.
O estaba, pero en semilla germinal,
pura posibilidad sin existencia,
no visible aún; intangible. Transparente.


Hoy eres
la suma de todo lo que es deseable en un hombre:
    todo lo deseable
    todo lo excitante
    todo, tú, perfecto.

Portland. Dec. 13th, 2015"

1 comentario:

  1. Eres genial, jamás en mi vida podría escribir algo tan bien y profundo que llegue al alma, pero si puedo sentirlo, lo que lo hace aún más genial. Una amistad jamás se pierde, se confunde, no era una verdadera amistad.

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