diciembre 25, 2016

Tres poemas



1.

Aléjate de los hombres
que toman por asalto la conciencia;
aléjate de su crueldad,
de la blancura de sus manos
de la pulcra turgencia de sus nardos.

Aléjate de su arrogancia
y no te dejes rociar el rostro
con el ácido de su displicencia:
¡aléjate de ellos!
Sólo pueden sembrar desolación en tus trigales.

Son crueles y traen en los labios
dagas envainadas, untadas con miel;
sus rostros
desfigurados por un falso infantilismo
sólo esperan el momento en que te entregues
para rematar su urdimbre de traición
y ausencia.



2.
Tengo el corazón arrodillado y lleno de pena;
me duelen el estómago y las manos;
me arden sus palabras en la frente;
la angustia se volvió un sapo
grande y negro
que croa y vomita en mi pecho
y me llena de asco.

Me amparé bajo la sombra de un ave de presa;
confundí sus alas con cariño y creí
todos sus roncos graznidos. Todos.

Todo le creí, tal como ahora le creo
cuando se encoge de hombros mientras
desde el pico le resbalan gotas de mi sangre
como diciendo “quédate o vete”,
porque en verdad no le importa.



3.
Ya no estás perdido.
Ahora eres piedra volcánica:
fértil, basto y cortante,
frío y oscuro; y el amor entre tus manos
se vuelve un desecho, un pedazo de basura
podrida
que gotea y apesta y degrada todo en torno suyo.

Si pudieras me patearías, hasta matarme,
y arrojarías tierra y piedras sobre el cuerpo
para no tener que verlo,
para ni siquiera recordarme;
para no deberle nada a nadie.

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