febrero 01, 2014

Una larga despedida: hasta aquí llegamos

Ayer dejé la escuelita de Jalalpa. Mis once años ahí cupieron en 14 cajas de cartón y 7 gigas de memoria.
     Cuando llegué, estaba bien pendeja; no sabía ser leal con mis compañeros, me faltaba rigor académico, me gustaba demasiado escuchar chismes y hace comentarios sobre los demás, era arrogante y altanera, hablaba a gritos, me reía a gritos...; era desconsiderada con mis compañeros. Y por todo esto, les pido disculpas.
     Me llevó todo este tiempo aprender a despedirme cuando alguien empieza a contar chismes. Me enseñaron, a punta de aislamiento y groserías, a guardar silencio, a no hablar de nada que no fuera yo misma, a darle la vuelta a la gente grosera, alejarme lo más posible de la gente enferma, a ser amable siempre, considerada siempre, a no esperar nada de ninguno de ellos porque yo estaba ahí para trabajar, para practicar compasión, para seguir enseñanzas, para dejar de hacerle a la pinche diva y dedicarme en serio a exprimirme el seso para ver qué más podía hacer por los muchachos. 
     Desde el principio supe que estaba ahí por ellos, por los estudiantes, y por supuesto llevaba ya algo de experiencia y varias virtudes y puntos fuertes que me ayudaron mucho en mi trabajo, pero la verdad es que nada me había preparado para ser maestra en Jalalpa. Y es que al principio, creía que también yo sacaría beneficios de ahí, tales como amigos, un buen sueldo, quizá pareja. Como dije arriba, estaba bien pendeja. Al final entendí que sí había beneficios, pero de otra índole, de una mucho menos mundana, mucho más profunda y muchísimo más valiosa.
     Así que ahora, me voy dando las gracias, a todos, sin excepción, aunque ciertamente les estoy más agradecida a aquellos de mis compañeros que sin quererme fueron capaces de respetarme y, dicho con toda la honradez que me cabe, sin sarcasmo ni ironía de ningún tipo, a los que me hicieron la vida miserable, porque puedo ver que yo por las buenas no quise entender, así que se necesitó que aquel me gritara, que aquel otro me acosara y me aislara, que varios otros me acusaran de cosas que eran indistintamente verdad o mentira, al fin que como tenía la lengua tan suelta y era re-metiche y bastante chismosita, todos les creyeron cuando dijeron que yo había dicho/ hecho tal y cual, y eso fue tan necesario para mí como que la psicópata me llamara "perra" en los comentarios de uno de estos escritos y "puta de barrio" a gritos hace varios años aunque yo no la había provocado en forma alguna. Y lo estoy diciendo en serio, MUY en serio: agradezco que me hayan hecho todo eso, porque de otro modo, no hubiera deseado ser mejor de lo que era y nunca hubiera hecho lo necesario para convertirme en una buena persona o al menos empezar a ver cómo lograrlo.
     Y aprendí. Aprendí a respetar a mis colegas, a respetar mi trabajo y el de ellos, a no oír ni repetir chismes, a hablar de frente, a no pelear por todo, a entender que a los demás también les duelen muchas cosas y con frecuencia gritan y son mezquinos, pero es porque están angustiados con algo que no tiene nada qué ver conmigo y es esa misma angustia la que los hace ser agresivos.
     En resumen, mis compañeros me enseñaron a amar gratis a la gente, sin importar cómo me traten y sin esperar reciprocidad, a ayudar a quien lo pida, a no andar ayudando a quien no lo ha pedido de viva voz, a tener bien conectado el cerebro a la lengua, a no decir todo lo que pienso, a escuchar mejor que hablar, a ser cortés y considerada siempre con todo el mundo. A tratar bien a los demás, siempre. Y por esto, les doy infinitamente las gracias. 
     A consecuencia de estos aprendizajes, descubrí que el budismo se podía poner en acción en Jalalpa, un poco a la manera cristiana. Algo así como "compasión en acción"; y funcionó. Me dejé de pelear con la vida, logré todo aquello que puse antes por aquí en alguna parte de estas despedidas respecto a mis muchachos y acabé por convertir todo mi trabajo de todo el día, cada día, todos los días, en práctica. Y me gustó muchísimo, porque de pronto todas las cosas horribles servían para algo, podía reírme de mí y de mis errores y estupideces; lloraba o me enojaba, pero se me quitaba pronto y sobre todo, ya no estaba limitada al espacio de la gompa y del ratito de meditación para hacer mis prácticas, sino que podía llevar todo lo que aprendía en la meditación a la escuelita y seguir con mis prácticas.
     Me imagino que todo este rollo les debe de sonar chocante a los ateos y a los no creyentes; lo lamento, de verdad, sobre todo porque su falta de fe me da pena aunque entiendo que es su decisión y su bronca. Pues ni modo, así también es mi decisión y mi bronca que todo en mi vida, y sobre todo de mi vida en Jalalpa, me parezca que es digna de ser usada como enseñanza. En Jalalpa aprendí que esta vida no es más que una práctica para la muerte.
     Así, pues, como es la usanza en el Budadharma, dedico ahora todo mi esfuerzo de esta larga práctica que duró más de once años en la prepa de Jalalpa, así como cualquier mérito obtenido, para beneficio de todos los seres.
     

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