agosto 03, 2016

Me aburro

Ya no me agrada tanto el caralibro; lo cual es una enormísima desgracia porque he pasado horas y horas de [in]sana diversión ahí metida, a pesar de lo cual debo aceptar que me duró el gusto más de lo esperado.
      Lo abrí en enero de 2010, porque era la única forma de comunicarme con dos personas muy queridas; una de ellas trabajaba en la misma escuela que yo, y aunque era posible ver su cubículo desde el mío, sólo lograba saber de él a través del feis; ahora ya no trabajamos juntos pero seguimos sin saber gran cosa del otro. La otra persona ya está muerta, como tantas otras que han fallecido y me han dejado como deshabitada. Debí cerrarlo cuando Ceci se murió, pero para entonces ya me había gustado el juguetito.
       Es lindo, no lo niego. Gracias a él me enteré, por ejemplo, de que alguien encontró el modo de imbricar la realidad que compartimos con la virtual en los smartphones, y 'ai andan todos, cazando pokemones (cosa que me parece absolutamente maravillosa). También gracias a él puedo saber qué es de mis amigos en Japón y en Taiwan, en mi adorada Portland y en Vancouver; puedo seguir las andanzas de mi prima que más que yoguini parece gitana, y mandar besos a Monterrey y a Houston; puedo apoyar las causas perdidas de Lobacio, enterarme de que el padre Solalinde necesita ayuda en su albergue, echarles porras a mis amigos y estudiantes y, de vez en cuando, leer alguna enseñanza de mis Maestros. Y además hay tutoriales con recetas de cocina maravillosas y fabulosos juegos donde flores y dulces revientan entre colores chillones y musiquita machacona, lo cual lo convierte en un batiburrillo de estímulos, ideas, imágenes, propuestas, noticias, advertencias y bromas.  Está mono, pues.
       Lo que ya no está nada lindo son los memes reciclados; los videos dizque científicos que le comen el seso a la gente con datos sacados de la manga; los opinólogos agresivísimos y regañones que quieren decirnos a los demás en qué creer; los que se burlan de las creencias de los demás; los que pendejean a los demás; los que están peleados con la vida y se desquitan en el feis; los que al grito de "libertad de expresión" atacan y son groseros, mientras que en el otro extremo te acusan de "falta de respeto" los que se ofenden porque te atreviste a disentir de algo que publicaron.
       Pero lo que más me choca es que la verbalización ha dejado paso al like. Ponerle like a un post sirve igual para decir "ya lo leí", que "ya lo vi pero no me gustó", que "ya lo leí y no me gustó, pero que conste que sí lo leí", o inclusive "ai'stá su laik, ya pa' que deje de joder"; se podría dar una clase sobre polisemia con el terminajo en cuestión: "Los diferentes usos del 'me-gusta' feisbuquero", tema de tesis.
       Y luego está el asunto del Cortejo Amoroso. ¡Uh, ya valió!
       En una película romántica (léase: cursi) una personajita muy mona, protagonizada por Drew Barrymore, se quejaba de que hace algunos años, cuando estabas esperando a que el hombre que te gustaba te hablara, sólo estaba el teléfono de tu casa y la contestadora, y entonces no había más que de una sopa: o había, o no había mensaje, y punto. Ahora tenemos al menos cinco redes sociales más para comprobar que no hay mensaje/ llamada perdida/ whats/ mail/ inbox o lo que sea; es decir, cinco formas distintas de [in]comunicación para que te ignoren y te sientas rechazada.
       Pero lo que más detesto del caralibro es a la gente animosa que anda chingue y chingue con que hay que mantener un estado mental `positivo'. Bueno, a ver; y si no se me da la gana, ¿qué? Yo desde niña he sido sumamente crítica y descreida, al punto de que en mi familia decían -y siguen diciendo- que yo en lugar de castillos, construyo mazmorras en el aire. ¡Así, justamente! ¡Y qué, y qué! 
       A ver, ¿les ando yo diciendo a los demás cómo vivir? No. ¿Los ofendo diciéndoles que sus creencias religiosas son ingenuas?, ¿que cazar pokemones es ser idiota?, ¿que ya olviden a ese güey y mejor se consigan otro? ¡No!, ¡por supuesto que no!

¡Ay! Hace cosa de un año pasé de la irritación al enojo, y de ahí al franco encabronamiento, para finalmente deslizarme hasta esta sensación de vacuidad en la que sigo enganchada y que de vez en cuando se puebla de palabras e imágenes que mis amigos publican y a las que, cómo no, les doy like, mientras espero que el hombre al que quiero o la amiga que me procura rompan el silencio del puntito verde junto a sus nombres -signo de que están "conectados"- con un mensaje que me reconforte y me saque del cuerpo esta sensación de ser la interfaz humana que le permite al caralibro seguir funcionando.

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