enero 18, 2014

Una larga despedida (5)

En la Maestría llevé una materia fabulosa llamada "Ética del acto analítico". Se trataba de un taller dirigido por Martín Juárez; el objetivo, reflexionar en torno a la violencia, sobre todo aquella que nosotros ejercemos sobre los demás.
                Debo poner sobre relieve dos cosas: la primera es que Martín Juárez es la clase de hombre que  porta en el rostro la dureza  lacerante y la compasión absoluta de quien ha dedicado su vida a servir al prójimo; y la segunda es que Martín trabajó en Jalalpa 10 años, en un programa social de reducción de daños. Parece que coincidimos en el tiempo (sus últimos años fueron los primeros que yo estuve ahí), que no en el espacio, pues yo no supe de él sino hasta el 2012, cuando lo tuve como profesor en la maestría. Me impresionó muchísimo saber que había estado en Jalalpa también él y que su tesis de doctorado está basada (no sé si en parte o en su totalidad) en su trabajo allá arriba.
                Como se podrán imaginar, me dejé guiar de mil amores por Martín a través de todas las actividades que nos pidió, casi todas de orden vivencial y ético. Les dejo aquí el ensayo que fue mi producto final de ese seminario y mi agradecimiento y admiración absoluta para Martín… y ya puestos, para Benito y toda la gente de “La Carpa”.
               Después de escribir este ensayo y de hacer mi exposición acerca de la escuelita del IEMS en Jalalpa, yo acabé llorando, mis compañeros opinaron a una voz que me urgía conseguir un trabajo que fuera sólo eso, un trabajo, y que más me valía hacerlo pronto, porque estaba claro que estaba yo en peligro, grave. Martín se limitó a decirme con toda seriedad que no me casara con Jalalpa, que era insano y que corría el riesgo de creer que era parte del barrio cuando no era así en realidad.
                Les dejo aquí el ensayo:




Sí o no: ejercer el poder de decisión
Por: MaryCarmen Castillo Porras

De los objetivos planteados para el Taller de Reflexión en Torno a la Violencia, “Ética del acto analítico”, el que hice mío, de inicio, fue el que decía: “Hacer más limpio nuestro servicio a los otros” y junto con el objetivo de reflexionar en torno a la postura ética, pensé que esto podía ayudarme a resolver alguno de mis múltiples problemas al trabajar -desde hace ya 10 años- con adolescentes en una de las preparatorias del sistema educativo de nivel medio superior que ofrece el gobierno de la Cd. De México, mejor conocidas como “pejeprepas” y oficialmente llamadas IEMS. Mi plantel se ubica en la delegación Álvaro Obregón, en el barrio conocido como Jalalpa, el cual comenzó como un cinturón de miseria en torno al barrio de El Cuervo, donde fincaron sus viviendas los pepenadores de los antiguos basureros sobre los cuales y a un cerro de distancia, se levantó la Universidad Iberoamericana y las colonias más ricas y poderosas del país en este momento. En la actualidad, Jalalpa es uno de los cientos de barrios llamados “marginales” y que cubren en su totalidad los cerros antes boscosos y ahora devastados, desde El Cuervo y hasta el Periférico a la altura de San Antonio.
            El punto de partida desde el cual inicié mi reflexión fue el sentimiento cada vez más acendrado de estar en falta, pues las demandas de los muchachos no son de orden académico, de manera que una institución educativa, por muy bienintencionada que sea (y la nuestra ya no lo es), no podría atenderlas. Ciertamente, si quisiera, podría al menos intentarlo y obtener cierto éxito, como nos sucedió los primeros tres o cuatro años; pero como en la actualidad la institución además no quiere, son demandas que se diluyen en el aire tan pronto son emitidas.
            Desafortunadamente, la incapacidad o negativa a atender dichas demandas redunda, lógicamente, en un desempeño escolar bajísimo (aquí aclaro que ya sé que todos los sistemas educativos tienen problemas de bajo desempeño y deserción, pero yo estoy hablando de Jalalpa, no del resto del sistema educativo, o sea, el mío es este caso particular ante el cual yo soy responsable, es el que conozco, del que tengo los datos, cuya población está bajo mi cuidado y, en fin, éste es el caso del que hablo y los míos, los muchachos ante los cuales respondo, pues tal es mi noción de ética: responder ante el otro y darle un lugar  como mi igual frente a mí).
            Los muchachos tardan mucho en ganar suficiente confianza en alguno de los profesores, pero una vez que lo hacen, emiten sus demandas con regularidad y a bastante volumen; las demandas podrían reducirse a una: es siempre y a final de cuentas, una demanda de amor. Por supuesto, ante semejante demanda, todo el mundo se deslinda en la institución bajo el argumento académico y por tanto incontestable de que “no es mi función”.  Sin embargo, como la que sí es función del DTI (“docente-tutor-investigador”: así dice nuestro contrato) es asegurarle al estudiante “el seguimiento y acompañamiento necesarios para que logre terminar con éxito su bachillerato”, resulta entonces que atender dicha demanda se vuelve una función implícita en nuestro contrato. Aquí es donde yo -y todos mis compañeros pues, pero ya sólo quedan 10 ó 15 que asuman esta necesidad de decidir- me topo con el problema ético de, o bien acatar lo que explícitamente me exige mi contrato -que en resumen detalla las actividades que debo llevar a cabo para justificar mi sueldo; las actividades son las siguientes:  planear mis cursos con base en los programas, dar clase, brindar atención en asesoría y tutoría, realizar lo que ellos llaman “investigación educativa” y que no sirve para nada ni a nadie le interesa, y por supuesto, entregar informes de cada una de las anteriores-, o bien, atender a las demandas de los estudiantes, razón por lo cual me paso la vida ideando estrategias rarísimas que sirven para mostrarles a los chicos las posibilidades que ofrece la vida, pero también escuchando historias que parecen de terror respecto a todo lo que sienten, a las carencias que tienen, a la manera como sus padres los ignoran o maltratan física y emocionalmente, a las múltiples humillaciones a que se ven sujetos a diario por ser jóvenes, al desprecio por sus actividades que no tienen nunca ninguna importancia en comparación a las de los adultos, el riesgo siempre increíblemente alto de: “quedarse en el viaje” (sobredosis de drogas o que les sea ya imposible dejarlas y acaben en la calle), acabar de prostitutas, embarazarse, acabar en el hospital por las golpizas que les ponen sus papás o los adultos que supuestamente los cuidan, demandar o ser demandados por abuso sexual o por otras causas diversas, enredarse con alguna de las bandas (llamadas “monstruos”) de “dillers” (vendedores de drogas a menudeo y/o mayoreo), como matones a las órdenes del líder de un “monstruo”, o como parte del “staff” de un “monstruo” que se dedique al secuestro y como son los nuevos, son los que acaban en las cárceles cuando las cosas salen mal...
            Las historias son interminables. Y la demanda es siempre la misma: ayuda; escucha; respeto; cariño; consuelo; seguridad; un lugar en el cual no tener miedo. Esto último lo he logrado hasta cierto punto al convertir mi cubículo en un espacio de escucha, individual o colectivo según se requiera, con y sin mi presencia (aunque sin mi presencia existe el riesgo de que ganen las costumbres del barrio y acaben agrediéndose o transgrediendo los límites del espacio, como el día que pusieron en marcha una suerte de estética en mi cubículo un viernes que yo no estaba con vistas a una fiesta esa noche y los demás profes se quejaron); así mismo, me he convertido a mí misma en una especie de espacio de escucha que a veces funciona, aunque generalmente yo siento que no, porque siempre me siento angustiada y sobrepasada, y siempre estoy consciente de que todo lo que diga podría terminar muy mal, aunque lo más seguro es que no cambie nada porque después de 10 años, a veces reencuentro a antiguos estudiantes y descubro que nada cambió. Que sus vidas no son mejores ni peores. Que sus formas de organización son las mismas que hace diez años (o sea, inexistentes). Que aunque la Literatura es mi dispositivo natural para desarrollar estrategias que atiendan hasta donde me es posible las demandas tanto de la institución como las mías propias (que no son otras sino las de los chicos, pues yo hago mías sus demandas), encuentro a mis antiguos estudiantes y me dicen con total desparpajo que ya tienen un montón de hijos, que ya se casaron y ya se dejaron y ya se volvieron a casar y ya tuvieron  más hijos, y que no leen nada pero que se acuerdan de mí con mucho cariño. Entonces me doy cuenta de que esto no está funcionando más que a nivel de reducción de daños en el mejor de los casos o asistencialista en el peor de ellos; y eso es muy, muy decepcionante, porque esa no era la idea.

Así, después de analizar a los actores, la manera como se ha desarrollado la institución y yo dentro de ella a través de esta década, los actores que han ido apareciendo o desapareciendo, y los éxitos y fracasos registrados, llego a distintas conclusiones:
1.      La educación media superior, aun la desarrollada por una institución [supuestamente] de vanguardia como el IEMS, es un tipo de panóptico diseñado en México por Vasconcelos hace más de un siglo bajo un marco positivista racionalista europeizante; y semejante modelo dizque  educativo es lo que menos hace falta en un barrio “marginal” como Jalalpa.
2.      Devolverle a los estudiantes la voz funciona sólo a nivel de reducción de daños, pues la pierden en cuanto salen a la calle, entran en su casa o, simplemente, cambian de salón para su siguiente clase con un profesor que los quiere callados.
3.      De igual modo, enseñar Literatura en Jalalpa  funciona sólo a nivel de reducción de daños, pues al paso de los años los muchachos pierden el gusto apenas adquirido por falta de estímulo y no queda rastro visible de lo aprendido. Por lo tanto, o bien el aprendizaje no es significativo, o bien lo es, pero no es apuntalado ni reforzado por falta de tiempo y de apoyo, ni es en realidad una necesidad esencial para el individuo, por lo que naturalmente se diluye.
4.      De igual modo, los proyectos o intervenciones diversas que se lleven a cabo con adolescentes en Jalalpa funcionarán sólo a nivel de reducción de daños, pues pronto tendrán hijos y dejarán la escuela y los proyectos con el fin de trabajar tiempo completo si son varones, o encerrarse en su casa a aburrirse, limpiar, criar niños y urdir historias telenovelescas si son mujeres, y dentro de 15 años llegarán a la prepa sus hijos y volveremos a empezar.
5.      En Jalalpa, por lo tanto, la miseria no es económica sino ideológica; en efecto, aquí los padres (los mismos que el resto del año ignoran y maltratan de mil formas a sus hijos), el día del cumpleaños de su retoño le ofrecen obsequios de mil, dos mil o hasta tres mil pesos, o se gastan en sí mismos ese mismo dinero en ropa o en aditamentos para sus coches; pero si pido que compren libros para el semestre, para lo cual deberán invertir entre 500 y 800 pesos, se quejan y entonces sí van a la escuela a reclamar (una señora me preguntó una vez que qué se hacía con el libro una vez leído, es decir, que si se lo iban a cambiar por otro o cómo...).
6.      En Jalalpa, la educación no tiene ningún valor; el valor se obtiene del trabajo en los varones, y de los hijos en las chicas; del que sólo estudia los mismos muchachos dicen que “no hace nada”.
7.      Como profesora, no tengo ninguna forma de modificar ni las circunstancias contextuales de los chicos ni las políticas educativas de las autoridades y sería por tanto muy fácil para mí tomar la decisión de sólo enseñar Literatura y respecto a lo demás, hago lo que pueda pero en realidad no es mi asunto. Sin embargo, soy necia y ratifico mi idea de que leer, aprender, cambiar, conocer, cuestionar, y sí, cómo no, escribir y pensar, son la puerta de salida de ese futuro cochambroso que ya se les viene encima a los muchachos. En cualquier caso, mis alcances se limitan a mostrar esa puerta, por si acaso a alguno de mis estudiantes le interesa en el futuro atravesarla. Lo malo es que no suelen interesarse o no tienen el empuje...; yo sé que es demasiado pedir.

Y es con base en esta última reflexión como llego a la pregunta que realmente me interesa y cuya respuesta ha de ser sí o no, porque ni mis estudiantes ni yo nos merecemos respuestas comodinas, eufemísticas ni mucho menos autocompasivas de palmadita en la espalda y “no te preocupes, seguro que hiciste todo lo que pudiste”, o “no le llamemos “fracaso” que suena muy extremo”: ¡no!, le vamos a llamar por su nombre y será sí o no.
            Si es “sí”, maravilloso y habrá que diseccionar el núcleo de semejante éxito para desarrollarlo y reproducirlo y exprimirle así hasta la última gota.
            Pero si es “no”, entonces deberé preguntar: “¿por qué no?”, y a partir de la respuesta, tomar nuevas decisiones: si es porque ya no creo en el magisterio ni en la educación como puerta de salida, conviene que me vaya porque voy a hacer mucho daño; en Jalalpa, para ser maestro, hay que ser muy, muy necio y estar completa y absolutamente convencido de que esto funciona (o sea, de que yo funciono, en el IEMS y en Jalalpa). Ahora que si es “no” porque lo que hago funcionaba pero se agotó y ya no funciona, entonces lo que hay que hacer es acabar pronto de llorar y lamentarse, y volver cuanto antes a empezar, inventar cosas nuevas, reactivarme, hacer una nueva apuesta.
            La pregunta entonces, ya enunciada en clase, es:
            Todas las instituciones educativas y los profesores dentro de éstas deben ser agentes movilizadores que ofrezcan a sus estudiantes las herramientas, caminos y posibilidades necesarios para que los muchachos, si un día decidieran cambiar sus vidas, hacia donde ellos quieran y del modo y al ritmo que ellos mismos desarrollen, encuentren en esas herramientas lo que requieren para lograrlo. Así, pues, ¿estoy yo como profesora del IEMS en Jalalpa ofreciéndoles a estos chicos lo necesario para que en un futuro, cuando quiera que éste sea y para el caso de que alguno de ellos se decidiera a cambiar sus vidas, puedan hacerlo con lo que yo les ofrezco?
            La respuesta es: no.
            ¿Por qué no? Por dos razones: la primera, porque yo aseguro que el magisterio no puede contra la reproducción de la desesperanza; y dos, porque encuentro aquí una aporía: para atender a semejante demanda de amor -en el supuesto de que fuera posible, legal, viable, ético o moral- se requeriría de un desapego que sólo el Buda tiene. Pero al mismo tiempo es condición sine qua non para atender a una demanda de amor, precisamente, amar... y el amor y el desapego simplemente se repelen entre sí.
            En otras palabras, para hacer bien las cosas como maestra en Jalalpa necesitaría sentirme satisfecha de mi proceder y de los resultados, cualesquiera que estos sean; amar a estos niños porque es esto y no otra cosa lo que necesitan para impulsarse a sí mismos hacia afuera de la sima en la que nacieron, pero ser desapegada para no generar sobreimplicaciones, desapego que, ab initio, es absurda.  Es, pues, una situación irresoluble. Y agotadora.
            En conclusión, trabajar en Jalalpa como maestro es una experiencia única, extraordinaria, aterradora y maravillosa; es un privilegio y un peligro; es el Horror en el que la belleza explota por alto contraste. Y es como es, nada la va a cambiar; o al menos, no puedo ser yo quien lo cambie. Así, pues, hice bien, pero me está haciendo daño. Es tiempo de dar gracias por el honor tremendísimo y moverme a otra parte; ya encontraré a otros que también necesiten ayuda y a los que yo sienta que de verdad sí estoy en posibilidades de ayudar en una medida tal que yo misma quede satisfecha.

5 comentarios:

  1. Hola maestra Mary, espero se encuentre bien, apenas me entere de que va a dejar la prepa, lo cual me da felicidad porque por lo que leo era algo que ya no la hacía feliz. Le escribo para decirle que no se sienta triste, pues yo, que fui su estudiante aprendí tanto con usted, me hizo mejor persona, me mostró que la vida sólo hay que vivirla de la mejor manera posible y siempre dando lo mejor de nosotros.
    No quiero que se sienta ofendida por lo que le escribo, ni que piense que le tengo lastima porque es lo menos que puedo tenerlo a usted, ya que usted es alguien que admiro y respeto y quiero, porque me enseño mi camino después de la prepa.
    Sé que no la he visto desde hace un buen pero siempre la tengo en mi corazón ya que es una de las personas que han marcado mi vida de una manera inexplicable , además de que me enseñó a leer de una manera diferente y mejor, donde puedo encontrar consejos, resguardo y amor.
    Con su clase lo que más aprendí fue amor al prójimo y al mundo porque lo que se escribe siempre está unido al sentir y eso ,aunque sea dolor, tiene un poco de amor lo cual a mi parecer es causado por las nostalgia.
    Le deseo lo mejor en su camino, y yo sé que no le gusta que le hable de usted pero lo hago porque le tengo un grandisimo respeto y porque la veo como maestra de vida.
    Gracias por todo su trabajo en el IEMS que sin eso muchas personas no habríamos sido lo que hoy somos.
    Atentamente: Claudia Romero Infante.

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  3. No es falso, pero perdón no quise ofender a nadie y si la maestra me lo pide con mucho gusto borrare lo que puse. Nuevamente disculpas.

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  4. Claudia, ¡muchísimas gracias por tus palabras! Nada en ellas me ofende. Por favor, ignora a la persona que escribe aquí anónimamente; está dañada. Te agradezco mucho, mucho tu cariño y sólo espero ser digna de él. Gracias.

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  5. Profesora buenas tardes. Antes que nada permítame presentarme me llamo Inés y soy originaria de Jalalpa. Por razones de nostalgia me puse a buscar fotos de mi amada colonia y ¡oh sorpresa! Google me mostró las fotos de su blog. Y la curiosidad hizo el resto: comencé a leer su artículo y la situación que usted pasó en el barrio de Jalalpa.

    Yo viví desde mi infancia y hasta los 29 años rodeada de sonideros, el rio la mexicana, las casas tan raramente construidas de modo que quedaban “volando”, caminando por esas subidas y bajadas a Sta. Fe o Jalalpa ya fuera a la escuela, a la tienda o por el mandado, rodeada de grafitis, chavos drogados con solvente y bastantes perros callejeros. Jalalpa las torres no la frecuentaba mucho pero si conozco la escuela donde estuvo usted.

    Sé gracias al internet que Jalalpa era un conjunto de minas de arena, que en santa fe había un basurero, que el crecimiento demográfico, el desplazamiento y asentamiento sin orden de la gente y la zonas de barrancas han hecho de Jalalpa una zona conflictiva.

    A los 29 años me mude a tierras Morelianas. Y esa mudanza aunque no lo sabía del todo era por la misma razón que usted menciona en su artículo: “…no casarme con Jalalpa, era insano y que corría el riesgo de creer que era parte del barrio cuando no era así en realidad.”

    Y hubo gente que me lo decía, no directamente con esas palabras pero esa era la idea (mis papas, maestros, colegas de universidad, algunos amigos, incluso mi esposo, que vivió conmigo 2 años en Jalalpa me lo dijo: ¡VÁMONOS! Y tuvo razón.

    A veces extraño Jalalpa porque ahí pase mi infancia, pero cada vez que voy de visita o vuelvo a ver fotos de la zona me doy cuenta que hice muy bien en cambiar de aires. Como he dicho a otras personas “si tienen la oportunidad de ir a vivir a otros lugares mejores: háganlo”. El vivir en lugares como Jalalpa hace pensar que no existe una vida mejor. Y la consecuencia lógica es quedarse y conformarse con lo que hay.

    Le agradezco mucho el tiempo dedicado a esos estudiantes. Estoy segura que muchos de ellos se darán cuenta que hay cosas y lugares mejores y que con un poco de esfuerzo (porque si se necesita) se puede estar mejor. Espero que se encuentre en un lugar mejor, con mucho ánimo, salud y sobre todos ganas de seguir apoyando a la gente.

    Pd. Estoy buscando fotos antiguas, especialmente de Jalalpa y la mexicana y también de santa fe y alrededores. Si alguien tiene algunas y desea compartirlas le agradecería mucho. Las historias de esos lugares también se valen. SALUDOS. ATTE. ma.in7@hotmail.com

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