¡Un incendio es lo que me arde bajo la piel!
¡Un fragor de lava incontenible!
¡Las lámparas de Válinor derrumbándose en mi pecho!
¡Un fuego soy que a sí mismo se consume!
¡Un leño al rojo vivo, en carne viva desollado hacia lo íntimo!
¡Un incendio cuyo fuego es leño y fuego y lengua y hambre al mismo tiempo!
¡¡Un incendio!!
... y debajo, mi rostro impasible,
y encima, mis manos de agua,
en cerco sobre mi aliento,
conteniendo el fuego...
Necesito escribir para entender de qué está hecho el entramado del mundo; cómo es que no se cae a pedazos al transitarlo; cómo es que no estalla cada que lo miro...
mayo 24, 2014
febrero 07, 2014
El día que conocí a Ender
He aquí que estaba yo bien clavada en
alguna de las múltiples ñoñerías que me ocupan usualmente, cuando mi Hermanita
decidió sacarme a pasear y a que me diera el sol tantito; y luego, me llevó al
cine. Estaba El Hobbit, pero ya
chole, no más, por piedad. Entonces, quisimos ver El jazmín azul, pero ese día quien sabe qué pasó, pero no había
horarios en ninguna sala; entonces Hermanita dijo: “¿Y El juego de Ender no se
te antoja?”; pues no, la verdad no se me antojaba, porque era de
extraterrestres y esas madres que, lo mismo que los zombis, nomás no me gustan.
Pero no había otra cosa y Hermanita me recordó
que las palomitas de ese cine en particular son muy buenas; y órale pues, vamos
a ver El juego de Ender.
Me
alelé; salí embobada; dije, “faltan cosas, un montón; no puede ser, guerra sin
política, imposible, esto está lleno de agujeros”, pero hermosa, sin duda,
aunque la música no me encantó, pero algo –muchos “algos”– no cuadraban por
ningún lado… ¡qué alucinación tan salvaje! Me metí al internet, ¡y había libro!
Pero era fin de quincena, el libro estaba caro y sobre todo, no sabía por qué
me había gustado tanto si estaba incluso medio mal hechita la película, y me
resistí en principio a gastar en el libro, pero sí volví dos días después,
sola, a verla de nuevo. Salí desesperada: ahí no estaba lo que me faltaba. Me
fui derechita a una librería y con el dinero que me quedaba, me compré el libro.
¿Alguna
vez les ha tocado que les hagan preguntas tipo Chismógrafo mamón
quesque-literario, tipo “con qué personaje te has identificado más”?; a mí ésta
me la han hecho varias veces (junto con la de los no-sé-cuántos libros que me llevaría
a una isla desierta, el ipad no cuenta) y siempre he respondido con el nombre
de un personaje que me gusta o al que desearía parecerme, pero la verdad es que
nunca me he sentido realmente identificada con nadie más que conmigo misma.
Hasta que me encontré a Ender. ¡Qué alucine tan chingón!
Me
leí la novelita en tres días y me seguí con el resto de la Saga de Ender, mal
llamada saga porque en realidad cada
libro es independiente y más bien se trata de relatos de distintas épocas en la
vida de Ender. Desde mi punto de vista, el autor –que es un arrogante
insufrible al que detesto y al que sólo le guardo un mínimo respeto por haber
creado al Wiggin– es muchísimo mejor cuentista que novelista. En efecto,
recomiendo amplísimamente El juego de Ender, tanto el cuento original como la hermosa
novelita que no es sino una hiperextensión del cuento, una suerte de nouvelle, y en el cual está basado la
película, y el relato “Guerra de regalos”, que es una historia chulísima de la
Escuela de Batalla, en la época en la que Ender está en la escuadra de Rose De
Nose y que no aparece en la peli.
Las
novelas de la saga, en cambio, no me parecen buenas, con la sola y deslumbrante
excepción del ya citado Juego de Ender.
He leído hasta
ahorita Ender en el exilio, el cual, salvo
el pasaje donde él llega a la colonia Shakespeare y se relata su encuentro como
Comandante victorioso y sus veteranos (y entonces sí, uno llora y se conmueve y
atasca el libro de lágrimas y sonrisas cursis), el resto del libro es como pa’
demandar al güey del Scott Card, por malo y aburrido. Pero entonces alguien por
ahí me dijo que no, que los leí mal, que es mejor leerlos en el orden en que
fueron escritos, aunque en la cronología interna del universo de Ender siguiera
ése, el que se había escrito después de El
juego de Ender era La voz de los
muertos, y que debía leerlo porque era tan bueno como el primero; y pues ‘ai
voy.
Y
no, ¿eh?, ¡no!; ojalá fuera tan bueno como el primero… ¡mi reino por otro libro
de Ender como el primero!; pero ya se sabe, los reinos y las lentejas; ¡ay!, en
fin…
Debo decir a favor de
La voz de los muertos que el Ender
adulto que nos presenta Scott Card es del todo congruente con el diseño
original y en todo momento es posible “recordar” al Ender niño en las acciones
del Portavoz Andrew; eso es difícil de lograr y por ello, mis respetos al mamón
del autor.
¡Lástima que el libro
en general sea tan aburrido!, ahí sí nos queda mal, porque, ¡por piedad, qué
hueva los larguísimos diálogos con los cerdis! ¡Los cerdis mismos, qué
estupidez, qué visión tan jodidamente occidental!, ni siquiera la crítica que
el propio Ender hace de la cerrazón científica de los xenobiólogos salva el
hecho de que el narrador juzga y subestima a todas las especies no humanas.
Y qué tal cuando por
fin, después de medio chingado libro, por fin Ender Habla del muerto, y lo que hace en realidad es acabar soltando un chisme
larguísimo de ya no sé cuántas cuartillas, como de telenovela mexicana: “Fulanito,
la verdad es que tu padre, ¡¡no es tu padre!!”... ¡ay, no mames!
Y qué lamentable que
tenga que decirnos que Ender es muy compasivo en lugar de mostrárnoslo, como en los cuentos y en la primera novela. Y del
final mejor ni les digo nada… dejémoslo en que no sólo está de hueva, sino que
además no soporta un análisis ni siquiera por encimita; un sólo ejemplo y no
diré más: Ender, apodado “el Xenocida” por haber exterminado a una especie
entera (con todo y planeta) no estaba calificado ni moral ni políticamente para
firmar un tratado con nadie, mucho menos con dos grupos alienígenas, por muy
arrepentido que estuviera y por muchos siglos de expiación de culpas que lleve.
Ni madres. No es posible, no se sostiene.
Pero… hubo algo que sí me gustó:
Ender se enamora. Y no se enamora a lo pendejo de la primera vieja que se le
pone enfrente, ¡no!; me queda claro que el autor al menos sí conoce muy bien a
Ender y respeta el diseño del propio personaje (con el resto de la historia
hace puras chapucerías, pero hay que reconocer que a todo lo que tiene que ver
con su protagonista, le echa un montón de ganas), así que el enamoramiento se
da por espejeo: una chica ha mandado llamar a un Portavoz de los Muertos a su
planeta para que hable por su padre adoptivo muerto; y Ender decide acudir
porque ve una fotografía de ella y le impresiona ver tanto dolor y tanta frialdad
en la mirada de una chica tan joven; entonces su computadora le consigue la
historia de la vida de la chica, que es terrible y está marcada por el dolor,
el abandono y la culpa, y Ender entra en resonancia con ella. Y cuando la
conoce es peor, porque para él sólo han pasado dos semanas, pero para ella, van
22 años, o sea que aparentan los dos más o menos la misma edad.
La cosa es que leí esto: “Pues Ender la amaba, como sólo se puede amar a
alguien que es un eco de uno mismo, en el momento
de la pena más profunda” y me volví a alelar. A ver, ¿es esto posible?... sí;
realmente pienso que sí. Porque, ¿qué sé de otros, sino aquello que soy capaz
de comprender en mí misma? No puedo entender lo que no puedo pensar o percibir;
y lo que percibo sólo toma forma cuando pienso en ello; para cuando lo digo, la
percepción ya pasó por el tamiz de mis sentido, ya está instalado en forma de
recuerdo en mi sistema consciente y de huella en el Inconsciente; o sea que lo
que percibo no es lo que está afuera, sino lo que marca huella en mí, adentro
de mí, y que yo supongo que se corresponde con lo que hay “afuera”; es decir,
que cada uno de nosotros concluye, una y otra vez, mil veces por minuto, que lo
que percibe se corresponde con lo que hay allá, más allá de mí. Y eso, por supuesto, incluye a los demás.
Entonces,
enamorarse, es… eso mismo, enamorar-se; en-amor-ar a sí mismo, meter el amor en
uno o ponerlo en uno mismo, o hacia uno mismo. Ender ve en el dolor de Novinha
su propio dolor; en el aislamiento de ella, el suyo propio; en la infancia
huérfana de ella se ve a sí mismo, pues aunque tenía padres no le sirvieron de
nada. Ender ve en Novinha lo peor, lo más lastimado y urgentemente necesitado
de sí mismo, y corre a “salvar” a Novinha como si así pudiera salvarse a sí
mismo de 3 mil años de culpa y autoflagelación.
Ya
sabemos que los libros de autoayuda están plagados de frasesitas tipo “amar no
es necesitar” y cualquiera de ellos podría alegar que eso que siente Ender no
es amor. Pero,
¿por qué no?; de algún modo es como si se estuviera curando a sí mismo; al
darle a ella lo que necesita para darse permiso de vivir una vida digna de ser vivida, se
lo está otorgando a sí mismo.
Habrá,
en todo caso, otras formas de amor, en las que ese espejeo forme en mi mente la
imagen de alguien que posee todas las características que me gustan de mí; o
por el contrario, quizá prefiera a alguien que mi mente visualice como uno que es
todo lo que yo no soy. O quizá, alguien que es lo que quiero ser. A lo mejor
busco a alguien cuya imagen coincida con la de ese a quien deseo desear; o que
quiero que me quiera, lo cual en este juego especular sería de lo más
interesante, pues se trataría de mí, usando la imagen de alguien que quién sabe
cómo sea pero mi mente me la representa como una parte de mí, aunque yo ni
siquiera me doy cuenta de que, en realidad, yo no puedo ver NADA de lo que hay
afuera, porque mis ojos están en MI cara y las imágenes que llegan a través de ellos
se forman adentro, en MI mente… ¡ooooooy!, ¡todo un juego fractal de espejitos,
como para volverse loco!, y al final, resulta que esto del amor no es otra cosa
sino yo misma, queriendo quererme a mí, a través de la imagen de un otro que a
fin de cuentas sigo siendo yo misma.
Y
es por esto, precisamente, que estoy
encantada con Ender y sus libros: porque me están mostrando cosas de mí misma
que yo no sabía. Y también por eso mismo, me voy a seguir con los dos que me
faltan: Ender
Xenocida (donde hay un capítulo en el que se
habla de los hijos de Ender, a ver qué tal) y una cosa rara que dicen que no se
entiende llamada Los hijos de la mente; ya les platicaré de estos. Lo siento por Hermanita; el otro día nomás, me la mareé como dos horas seguidas
hablando de Ender; con toda seguridad piensa que en mala hora me llevó a ver al
Asa Campo-de-Mantequilla haciéndola de Ender. En lo que a mí respecta, ¡qué
buen día fue ése!
febrero 01, 2014
Una larga despedida: hasta aquí llegamos
Ayer dejé la escuelita de Jalalpa. Mis once años ahí cupieron en 14 cajas de cartón y 7 gigas de memoria.
Cuando llegué, estaba bien pendeja; no sabía ser leal con mis compañeros, me faltaba rigor académico, me gustaba demasiado escuchar chismes y hace comentarios sobre los demás, era arrogante y altanera, hablaba a gritos, me reía a gritos...; era desconsiderada con mis compañeros. Y por todo esto, les pido disculpas.
Me llevó todo este tiempo aprender a despedirme cuando alguien empieza a contar chismes. Me enseñaron, a punta de aislamiento y groserías, a guardar silencio, a no hablar de nada que no fuera yo misma, a darle la vuelta a la gente grosera, alejarme lo más posible de la gente enferma, a ser amable siempre, considerada siempre, a no esperar nada de ninguno de ellos porque yo estaba ahí para trabajar, para practicar compasión, para seguir enseñanzas, para dejar de hacerle a la pinche diva y dedicarme en serio a exprimirme el seso para ver qué más podía hacer por los muchachos.
Desde el principio supe que estaba ahí por ellos, por los estudiantes, y por supuesto llevaba ya algo de experiencia y varias virtudes y puntos fuertes que me ayudaron mucho en mi trabajo, pero la verdad es que nada me había preparado para ser maestra en Jalalpa. Y es que al principio, creía que también yo sacaría beneficios de ahí, tales como amigos, un buen sueldo, quizá pareja. Como dije arriba, estaba bien pendeja. Al final entendí que sí había beneficios, pero de otra índole, de una mucho menos mundana, mucho más profunda y muchísimo más valiosa.
Así que ahora, me voy dando las gracias, a todos, sin excepción, aunque ciertamente les estoy más agradecida a aquellos de mis compañeros que sin quererme fueron capaces de respetarme y, dicho con toda la honradez que me cabe, sin sarcasmo ni ironía de ningún tipo, a los que me hicieron la vida miserable, porque puedo ver que yo por las buenas no quise entender, así que se necesitó que aquel me gritara, que aquel otro me acosara y me aislara, que varios otros me acusaran de cosas que eran indistintamente verdad o mentira, al fin que como tenía la lengua tan suelta y era re-metiche y bastante chismosita, todos les creyeron cuando dijeron que yo había dicho/ hecho tal y cual, y eso fue tan necesario para mí como que la psicópata me llamara "perra" en los comentarios de uno de estos escritos y "puta de barrio" a gritos hace varios años aunque yo no la había provocado en forma alguna. Y lo estoy diciendo en serio, MUY en serio: agradezco que me hayan hecho todo eso, porque de otro modo, no hubiera deseado ser mejor de lo que era y nunca hubiera hecho lo necesario para convertirme en una buena persona o al menos empezar a ver cómo lograrlo.
Y aprendí. Aprendí a respetar a mis colegas, a respetar mi trabajo y el de ellos, a no oír ni repetir chismes, a hablar de frente, a no pelear por todo, a entender que a los demás también les duelen muchas cosas y con frecuencia gritan y son mezquinos, pero es porque están angustiados con algo que no tiene nada qué ver conmigo y es esa misma angustia la que los hace ser agresivos.
En resumen, mis compañeros me enseñaron a amar gratis a la gente, sin importar cómo me traten y sin esperar reciprocidad, a ayudar a quien lo pida, a no andar ayudando a quien no lo ha pedido de viva voz, a tener bien conectado el cerebro a la lengua, a no decir todo lo que pienso, a escuchar mejor que hablar, a ser cortés y considerada siempre con todo el mundo. A tratar bien a los demás, siempre. Y por esto, les doy infinitamente las gracias.
A consecuencia de estos aprendizajes, descubrí que el budismo se podía poner en acción en Jalalpa, un poco a la manera cristiana. Algo así como "compasión en acción"; y funcionó. Me dejé de pelear con la vida, logré todo aquello que puse antes por aquí en alguna parte de estas despedidas respecto a mis muchachos y acabé por convertir todo mi trabajo de todo el día, cada día, todos los días, en práctica. Y me gustó muchísimo, porque de pronto todas las cosas horribles servían para algo, podía reírme de mí y de mis errores y estupideces; lloraba o me enojaba, pero se me quitaba pronto y sobre todo, ya no estaba limitada al espacio de la gompa y del ratito de meditación para hacer mis prácticas, sino que podía llevar todo lo que aprendía en la meditación a la escuelita y seguir con mis prácticas.
Me imagino que todo este rollo les debe de sonar chocante a los ateos y a los no creyentes; lo lamento, de verdad, sobre todo porque su falta de fe me da pena aunque entiendo que es su decisión y su bronca. Pues ni modo, así también es mi decisión y mi bronca que todo en mi vida, y sobre todo de mi vida en Jalalpa, me parezca que es digna de ser usada como enseñanza. En Jalalpa aprendí que esta vida no es más que una práctica para la muerte.
Así, pues, como es la usanza en el Budadharma, dedico ahora todo mi esfuerzo de esta larga práctica que duró más de once años en la prepa de Jalalpa, así como cualquier mérito obtenido, para beneficio de todos los seres.
enero 18, 2014
Una larga despedida (5)
En la Maestría llevé una materia fabulosa llamada "Ética del acto
analítico". Se trataba de un taller dirigido por Martín Juárez; el objetivo, reflexionar en torno a la violencia, sobre todo aquella que
nosotros ejercemos sobre los demás.
Debo poner sobre relieve dos cosas: la primera es que Martín Juárez es la
clase de hombre que porta en el rostro
la dureza lacerante y la compasión
absoluta de quien ha dedicado su vida a servir al prójimo; y la segunda es que Martín
trabajó en Jalalpa 10 años, en un programa social de reducción de daños. Parece
que coincidimos en el tiempo (sus últimos años fueron los primeros que yo estuve ahí), que no en el espacio, pues yo no supe de él sino
hasta el 2012, cuando lo tuve como profesor en la maestría. Me impresionó
muchísimo saber que había estado en Jalalpa también él y que su tesis de
doctorado está basada (no sé si en parte o en su totalidad) en su trabajo allá
arriba.
Como se podrán
imaginar, me dejé guiar de mil amores por Martín a través de todas las
actividades que nos pidió, casi todas de orden vivencial y ético. Les dejo aquí
el ensayo que fue mi producto final de ese seminario y mi agradecimiento y admiración
absoluta para Martín… y ya puestos, para Benito y toda la gente de “La Carpa”.
Después de escribir este ensayo y de hacer mi exposición acerca de
la escuelita del IEMS en Jalalpa, yo acabé llorando, mis compañeros opinaron a
una voz que me urgía conseguir un trabajo que fuera sólo eso, un trabajo, y que
más me valía hacerlo pronto, porque estaba claro que estaba yo en peligro,
grave. Martín se limitó a decirme con toda seriedad que no me casara con
Jalalpa, que era insano y que corría el riesgo de creer que era parte del
barrio cuando no era así en realidad.
Les dejo aquí el
ensayo:
Sí o no: ejercer el poder de decisión
Por: MaryCarmen Castillo Porras
De los objetivos
planteados para el Taller de Reflexión en Torno a la Violencia, “Ética del acto
analítico”, el que hice mío, de inicio, fue el que decía: “Hacer más limpio
nuestro servicio a los otros” y junto con el objetivo de reflexionar en torno a
la postura ética, pensé que esto podía ayudarme a resolver alguno de mis
múltiples problemas al trabajar -desde hace ya 10 años- con adolescentes en una
de las preparatorias del sistema educativo de nivel medio superior que ofrece
el gobierno de la Cd. De México, mejor conocidas como “pejeprepas” y
oficialmente llamadas IEMS. Mi plantel se ubica en la delegación Álvaro
Obregón, en el barrio conocido como Jalalpa, el cual comenzó como un cinturón
de miseria en torno al barrio de El Cuervo, donde fincaron sus viviendas los
pepenadores de los antiguos basureros sobre los cuales y a un cerro de
distancia, se levantó la Universidad Iberoamericana y las colonias más ricas y
poderosas del país en este momento. En la actualidad, Jalalpa es uno de los
cientos de barrios llamados “marginales” y que cubren en su totalidad los
cerros antes boscosos y ahora devastados, desde El Cuervo y hasta el Periférico
a la altura de San Antonio.
El punto de partida desde el cual
inicié mi reflexión fue el sentimiento cada vez más acendrado de estar en
falta, pues las demandas de los muchachos no son de orden académico, de manera
que una institución educativa, por muy bienintencionada que sea (y la nuestra
ya no lo es), no podría atenderlas. Ciertamente, si quisiera, podría al menos
intentarlo y obtener cierto éxito, como nos sucedió los primeros tres o cuatro
años; pero como en la actualidad la institución además no quiere, son demandas
que se diluyen en el aire tan pronto son emitidas.
Desafortunadamente, la incapacidad o
negativa a atender dichas demandas redunda, lógicamente, en un desempeño
escolar bajísimo (aquí aclaro que ya sé que todos los sistemas educativos
tienen problemas de bajo desempeño y deserción, pero yo estoy hablando de
Jalalpa, no del resto del sistema educativo, o sea, el mío es este caso
particular ante el cual yo soy responsable, es el que conozco, del que tengo
los datos, cuya población está bajo mi cuidado y, en fin, éste es el caso del
que hablo y los míos, los muchachos ante los cuales respondo, pues tal es mi
noción de ética: responder ante el otro y darle un lugar como mi igual frente a mí).
Los muchachos tardan mucho en ganar
suficiente confianza en alguno de los profesores, pero una vez que lo hacen,
emiten sus demandas con regularidad y a bastante volumen; las demandas podrían
reducirse a una: es siempre y a final de cuentas, una demanda de amor. Por
supuesto, ante semejante demanda, todo el mundo se deslinda en la institución
bajo el argumento académico y por tanto incontestable de que “no es mi
función”. Sin embargo, como la que sí es
función del DTI (“docente-tutor-investigador”: así dice nuestro contrato) es
asegurarle al estudiante “el seguimiento y acompañamiento necesarios para que
logre terminar con éxito su bachillerato”, resulta entonces que atender dicha
demanda se vuelve una función implícita en nuestro contrato. Aquí es donde yo
-y todos mis compañeros pues, pero ya sólo quedan 10 ó 15 que asuman esta
necesidad de decidir- me topo con el problema ético de, o bien acatar lo que
explícitamente me exige mi contrato -que en resumen detalla las actividades que
debo llevar a cabo para justificar mi sueldo; las actividades son las
siguientes: planear mis cursos con base
en los programas, dar clase, brindar atención en asesoría y tutoría, realizar
lo que ellos llaman “investigación educativa” y que no sirve para nada ni a
nadie le interesa, y por supuesto, entregar informes de cada una de las
anteriores-, o bien, atender a las demandas de los estudiantes, razón por lo
cual me paso la vida ideando estrategias rarísimas que sirven para mostrarles a
los chicos las posibilidades que ofrece la vida, pero también escuchando
historias que parecen de terror respecto a todo lo que sienten, a las carencias
que tienen, a la manera como sus padres los ignoran o maltratan física y
emocionalmente, a las múltiples humillaciones a que se ven sujetos a diario por
ser jóvenes, al desprecio por sus actividades que no tienen nunca ninguna
importancia en comparación a las de los adultos, el riesgo siempre
increíblemente alto de: “quedarse en el viaje” (sobredosis de drogas o que les
sea ya imposible dejarlas y acaben en la calle), acabar de prostitutas,
embarazarse, acabar en el hospital por las golpizas que les ponen sus papás o
los adultos que supuestamente los cuidan, demandar o ser demandados por abuso
sexual o por otras causas diversas, enredarse con alguna de las bandas
(llamadas “monstruos”) de “dillers” (vendedores de drogas a menudeo y/o
mayoreo), como matones a las órdenes del líder de un “monstruo”, o como parte
del “staff” de un “monstruo” que se dedique al secuestro y como son los nuevos,
son los que acaban en las cárceles cuando las cosas salen mal...
Las historias son interminables. Y
la demanda es siempre la misma: ayuda; escucha; respeto; cariño; consuelo;
seguridad; un lugar en el cual no tener miedo. Esto último lo he logrado hasta
cierto punto al convertir mi cubículo en un espacio de escucha, individual o
colectivo según se requiera, con y sin mi presencia (aunque sin mi presencia
existe el riesgo de que ganen las costumbres del barrio y acaben agrediéndose o
transgrediendo los límites del espacio, como el día que pusieron en marcha una
suerte de estética en mi cubículo un viernes que yo no estaba con vistas a una
fiesta esa noche y los demás profes se quejaron); así mismo, me he convertido a
mí misma en una especie de espacio de escucha que a veces funciona, aunque
generalmente yo siento que no, porque siempre me siento angustiada y
sobrepasada, y siempre estoy consciente de que todo lo que diga podría terminar
muy mal, aunque lo más seguro es que no cambie nada porque después de 10 años,
a veces reencuentro a antiguos estudiantes y descubro que nada cambió. Que sus
vidas no son mejores ni peores. Que sus formas de organización son las mismas
que hace diez años (o sea, inexistentes). Que aunque la Literatura es mi
dispositivo natural para desarrollar estrategias que atiendan hasta donde me es
posible las demandas tanto de la institución como las mías propias (que no son
otras sino las de los chicos, pues yo hago mías sus demandas), encuentro a mis
antiguos estudiantes y me dicen con total desparpajo que ya tienen un montón de
hijos, que ya se casaron y ya se dejaron y ya se volvieron a casar y ya
tuvieron más hijos, y que no leen nada
pero que se acuerdan de mí con mucho cariño. Entonces me doy cuenta de que esto
no está funcionando más que a nivel de reducción de daños en el mejor de los
casos o asistencialista en el peor de ellos; y eso es muy, muy decepcionante,
porque esa no era la idea.
Así, después de analizar a los actores, la manera como se ha desarrollado
la institución y yo dentro de ella a través de esta década, los actores que han
ido apareciendo o desapareciendo, y los éxitos y fracasos registrados, llego a
distintas conclusiones:
1.
La educación media superior, aun la desarrollada
por una institución [supuestamente] de vanguardia como el IEMS, es un tipo de
panóptico diseñado en México por Vasconcelos hace más de un siglo bajo un marco
positivista racionalista europeizante; y semejante modelo dizque educativo es lo que menos hace falta en un
barrio “marginal” como Jalalpa.
2.
Devolverle a los estudiantes la voz funciona
sólo a nivel de reducción de daños, pues la pierden en cuanto salen a la calle,
entran en su casa o, simplemente, cambian de salón para su siguiente clase con
un profesor que los quiere callados.
3.
De igual modo, enseñar Literatura en
Jalalpa funciona sólo a nivel de
reducción de daños, pues al paso de los años los muchachos pierden el gusto
apenas adquirido por falta de estímulo y no queda rastro visible de lo
aprendido. Por lo tanto, o bien el aprendizaje no es significativo, o bien lo
es, pero no es apuntalado ni reforzado por falta de tiempo y de apoyo, ni es en
realidad una necesidad esencial para el individuo, por lo que naturalmente se
diluye.
4.
De igual modo, los proyectos o intervenciones
diversas que se lleven a cabo con adolescentes en Jalalpa funcionarán sólo a
nivel de reducción de daños, pues pronto tendrán hijos y dejarán la escuela y
los proyectos con el fin de trabajar tiempo completo si son varones, o
encerrarse en su casa a aburrirse, limpiar, criar niños y urdir historias
telenovelescas si son mujeres, y dentro de 15 años llegarán a la prepa sus
hijos y volveremos a empezar.
5.
En Jalalpa, por lo tanto, la miseria no es
económica sino ideológica; en efecto, aquí los padres (los mismos que el resto
del año ignoran y maltratan de mil formas a sus hijos), el día del cumpleaños
de su retoño le ofrecen obsequios de mil, dos mil o hasta tres mil pesos, o se
gastan en sí mismos ese mismo dinero en ropa o en aditamentos para sus coches;
pero si pido que compren libros para el semestre, para lo cual deberán invertir
entre 500 y 800 pesos, se quejan y entonces sí van a la escuela a reclamar (una
señora me preguntó una vez que qué se hacía con el libro una vez leído, es
decir, que si se lo iban a cambiar por otro o cómo...).
6.
En Jalalpa, la educación no tiene ningún valor;
el valor se obtiene del trabajo en los varones, y de los hijos en las chicas;
del que sólo estudia los mismos muchachos dicen que “no hace nada”.
7. Como profesora,
no tengo ninguna forma de modificar ni las circunstancias contextuales de los
chicos ni las políticas educativas de las autoridades y sería por tanto muy
fácil para mí tomar la decisión de sólo enseñar Literatura y respecto a lo
demás, hago lo que pueda pero en realidad no es mi asunto. Sin embargo, soy
necia y ratifico mi idea de que leer, aprender, cambiar, conocer, cuestionar, y
sí, cómo no, escribir y pensar, son la puerta de salida de ese futuro
cochambroso que ya se les viene encima a los muchachos. En cualquier caso, mis
alcances se limitan a mostrar esa puerta, por si acaso a alguno de mis
estudiantes le interesa en el futuro atravesarla. Lo malo es que no suelen
interesarse o no tienen el empuje...; yo sé que es demasiado pedir.
Y es con base en esta
última reflexión como llego a la pregunta que realmente me interesa y cuya
respuesta ha de ser sí o no, porque ni mis estudiantes ni yo nos merecemos
respuestas comodinas, eufemísticas ni mucho menos autocompasivas de palmadita en
la espalda y “no te preocupes, seguro que hiciste todo lo que pudiste”, o “no
le llamemos “fracaso” que suena muy extremo”: ¡no!, le vamos a llamar por su
nombre y será sí o no.
Si es “sí”, maravilloso y habrá que diseccionar el núcleo
de semejante éxito para desarrollarlo y reproducirlo y exprimirle así hasta la
última gota.
Pero si es “no”, entonces deberé preguntar: “¿por qué
no?”, y a partir de la respuesta, tomar nuevas decisiones: si es porque ya no
creo en el magisterio ni en la educación como puerta de salida, conviene que me
vaya porque voy a hacer mucho daño; en Jalalpa, para ser maestro, hay que ser
muy, muy necio y estar completa y absolutamente convencido de que esto funciona
(o sea, de que yo funciono, en el IEMS y en Jalalpa). Ahora que si es
“no” porque lo que hago funcionaba pero se agotó y ya no funciona, entonces lo
que hay que hacer es acabar pronto de llorar y lamentarse, y volver cuanto
antes a empezar, inventar cosas nuevas, reactivarme, hacer una nueva apuesta.
La pregunta entonces, ya enunciada en clase, es:
Todas las instituciones educativas y los profesores
dentro de éstas deben ser agentes movilizadores que ofrezcan a sus estudiantes
las herramientas, caminos y posibilidades necesarios para que los muchachos, si
un día decidieran cambiar sus vidas, hacia donde ellos quieran y del modo y al
ritmo que ellos mismos desarrollen, encuentren en esas herramientas lo que
requieren para lograrlo. Así, pues, ¿estoy yo como profesora del IEMS en
Jalalpa ofreciéndoles a estos chicos lo necesario para que en un futuro, cuando
quiera que éste sea y para el caso de que alguno de ellos se decidiera a
cambiar sus vidas, puedan hacerlo con lo que yo les ofrezco?
La respuesta es: no.
¿Por qué no? Por dos razones: la primera, porque yo
aseguro que el magisterio no puede contra la reproducción de la desesperanza; y
dos, porque encuentro aquí una aporía: para atender a semejante demanda de amor
-en el supuesto de que fuera posible, legal, viable, ético o moral- se
requeriría de un desapego que sólo el Buda tiene. Pero al mismo tiempo
es condición sine qua non para atender a una demanda de amor, precisamente,
amar... y el amor y el desapego simplemente se repelen entre sí.
En otras palabras, para hacer bien las cosas como maestra
en Jalalpa necesitaría sentirme satisfecha de mi proceder y de los resultados,
cualesquiera que estos sean; amar a estos niños porque es esto y no otra
cosa lo que necesitan para impulsarse a sí mismos hacia afuera de la sima en la
que nacieron, pero ser desapegada para no generar sobreimplicaciones, desapego
que, ab initio, es absurda. Es,
pues, una situación irresoluble. Y agotadora.
En conclusión, trabajar en Jalalpa
como maestro es una experiencia única, extraordinaria, aterradora y
maravillosa; es un privilegio y un peligro; es el Horror en el que la belleza
explota por alto contraste. Y es como es, nada la va a cambiar; o al menos, no
puedo ser yo quien lo cambie. Así, pues, hice bien, pero me está haciendo daño.
Es tiempo de dar gracias por el honor tremendísimo y moverme a otra parte; ya
encontraré a otros que también necesiten ayuda y a los que yo sienta que de
verdad sí estoy en posibilidades de ayudar en una medida tal que yo misma quede satisfecha.
enero 15, 2014
Una larga despedida (4)
enero 13, 2014
Una larga despedida (3)
Mi infancia fue, sin duda, un
regalo de Mis Señores para que yo aprendiera paciencia, el arte de escurrirme
antes de que me cayera el chahuiztle, prácticas avanzadas sobre la literatura
como evasión y cómo aguantar vara mientras la Vida hacía el favor de convertirse
en algo sano y agradable. Tuve, ya se ve, una infancia de ensueño.
Una tarde, salí
huyendo de mi casa hacia arriba en lugar de hacia la calle como acostumbraba.
Atravesé las jaulas para tender la ropa y descubrí abierta una puertecita negra
de metal que por única ocasión estaba sin candado, y que daba al techo
inclinadísimo del edificio donde vivía con mis padres y mi hermano. Entonces me
inventé un juego de lo más peligroso: caminé paso a pasito por el techo
inclinado, a ver cuánto podía acercarme al borde antes de acobardarme. Una vez
pasé de la mitad, pero no más; estaba muy alto y yo era una niña muy alta pero
más bien flaquita, y sentía que el aire me impelía hacia adelante, hacia las
copas de los árboles que se mecían allá abajo; parecía que podía alcanzarlos si
saltaba. Recuerdo haberme acuclillado para sentir más firmes mis pies anclados
en la gravilla del impermeabilizado, y entrecerré los ojos, y por un rato muy
largo que duró toda la tarde, y luego muchas tardes más, fui Viento; me mecía y
entonces fui Árbol; y levanté la vista y sentí el Cielo, azul, ¡profundamente azul!,
protector, formidable, lleno de promesas… y me supe libre. Era apenas una niña
y vivía llena de pavor, pero esa tarde no sé cómo supe que había algo más, más
allá del miedo y de la noche. Y gracias a eso sobreviví hasta casi la
adolescencia, cuando ya no hubo Cielo que me protegiera, ni árbol ni viento que
me meciera en sus brazos; me quebré y pasé los siguientes años olvidada de esa
libertad, y guareciéndome en mi inteligencia y en los libros, que eran lo único
que me parecía confiable. Las tardes de bailar con árboles quedaron dormidas en alguna parte de mi memoria.
Y
pasaron un montón de años.
Y
llegué a la Universidad. Para entonces, me había convertido en alguien muy, muy
brillante y estúpidamente incapacitada para las relaciones interpersonales. Aun
así, quería dar clases; tenía un montón de ideas raras sobre la extrema
importancia de enseñar Literatura y cambiarle la vida a mis estudiantes (era un
poquito arrogante yo); (pero nomás poquito); y estaba convencida de que para
lograrlo había que tratar a los adolescentes con absoluto respeto, reconocer y
alentar la inteligencia y las habilidades de cada cuál, lo más posible, darles
a leer cosas chidas y llamarlos siempre por su nombre para que supieran que
eran importantes para mí. Francamente, lo leo y me suena pueril, ingenuo y
hasta ridículo; pero el caso es que, en la primera prepa donde trabajé,
funcionó: los muchachitos de la Prepa 4 me introdujeron en una ciencia que
ninguna escuela me había enseñado, con una paciencia que nadie me había mostrado:
comencé a aprender a amarlos, gratis, sin importar quiénes fueran, nomás por
existir cerca de mí. Y ellos me correspondieron adorándome. Lo malo fue que se
me atravesó un amor y una huelga, y luego ambas cosas valieron madre y eso fue
el colmo; ese año comenzó la noche más larga y la más oscura para mí. Ya había
oído eso de que antes del amanecer es cuando está más oscuro; no lo creí. No
tenía con qué creer nada. Pero, afortunadamente, las abuelitas tienen ojos
agudos y dichos ciertos: cuando sentí que todo se había oscurecido en mi vida
hasta un punto en el que empecé a sentir que nunca iba a haber nada mejor para
mí, una lucecita diminuta apareció en el centro de esa oscuridad monstruosa:
los muchachitos de Jalalpa.
Ellos me enseñaron a calmarme, a reírme con las vísceras; a confiar, en mí y en ellos; a soñar de nuevo; a generar compasión; me permitieron aprender, con todas las metidas de pata que aprender implica, a alimentar mi corazón con su amor en lugar de con mi ira: sus manos ciñeron las mías; las suyas eran manitas infantiles que rápidamente se volvían amplias y fuertes, de hombres y mujeres jóvenes, mientras que las mías eran puños atascados de miedo y rabia, pero no se espantaban ni se echaban para atrás, sino que ciñeron mis manos con las suyas y las fueron abriendo con sus ojos limpios y sus esperanzas y sus terribles dolores, y fue como si cada lágrima fuera una llave que calzaba exacta con cada pliegue, cada grieta en mis puños, así fueron ellos abriendo mis manos, poco a poco, a veces con dulzura, a veces con violencia, hasta que sólo quedaron mis palmas abiertas.
No se detuvieron, sino que lloraron sobre ellas, y con sus ojos y sus tonterías las lavaron y me otorgaron algo que yo no supe reconocer entonces, pero ahora veo que era un perdón puro, por ser quien era, y por no haber sido otra sino ésa que malamente los entendía, pero a los que adoré desde ese momento y hasta ahora y hasta siempre; y sus miedos, sus deseos, su pobreza, su futuro incierto, su dureza, su arrogancia e ingenuidad inundaron mi mente, mi corazón, mis días y mis noches. Mi vida entera fue suya y ellos no lo supieron; nunca se los dije.
Entonces fue cuando comencé a desear seriamente ser mejor, mucho, muchísimo mejor de lo que era, de lo que soy, por ellos, para ellos, mientras todo lo demás a mi alrededor terminaba de derrumbarse, como si me preparara sin saberlo para construir todo de nuevo, desde cero. Todo se fue al carajo, parte por parte: mi matrimonio, mis amistades, mi juventud, mi familia; y junto con ellos, las cavernas de terror en las que había vivido desde siempre.
Ellos me enseñaron a calmarme, a reírme con las vísceras; a confiar, en mí y en ellos; a soñar de nuevo; a generar compasión; me permitieron aprender, con todas las metidas de pata que aprender implica, a alimentar mi corazón con su amor en lugar de con mi ira: sus manos ciñeron las mías; las suyas eran manitas infantiles que rápidamente se volvían amplias y fuertes, de hombres y mujeres jóvenes, mientras que las mías eran puños atascados de miedo y rabia, pero no se espantaban ni se echaban para atrás, sino que ciñeron mis manos con las suyas y las fueron abriendo con sus ojos limpios y sus esperanzas y sus terribles dolores, y fue como si cada lágrima fuera una llave que calzaba exacta con cada pliegue, cada grieta en mis puños, así fueron ellos abriendo mis manos, poco a poco, a veces con dulzura, a veces con violencia, hasta que sólo quedaron mis palmas abiertas.
No se detuvieron, sino que lloraron sobre ellas, y con sus ojos y sus tonterías las lavaron y me otorgaron algo que yo no supe reconocer entonces, pero ahora veo que era un perdón puro, por ser quien era, y por no haber sido otra sino ésa que malamente los entendía, pero a los que adoré desde ese momento y hasta ahora y hasta siempre; y sus miedos, sus deseos, su pobreza, su futuro incierto, su dureza, su arrogancia e ingenuidad inundaron mi mente, mi corazón, mis días y mis noches. Mi vida entera fue suya y ellos no lo supieron; nunca se los dije.
Entonces fue cuando comencé a desear seriamente ser mejor, mucho, muchísimo mejor de lo que era, de lo que soy, por ellos, para ellos, mientras todo lo demás a mi alrededor terminaba de derrumbarse, como si me preparara sin saberlo para construir todo de nuevo, desde cero. Todo se fue al carajo, parte por parte: mi matrimonio, mis amistades, mi juventud, mi familia; y junto con ellos, las cavernas de terror en las que había vivido desde siempre.
Y
volví a escribir y aprendí a bailar, y la luz aquella diminuta dejó el pozo de
oscuridad que me cubría, y se instaló en mi pecho, en mis manos, en mis ojos,
para mirarlos a ellos –que ya no eran los mismos, sino otros muchachitos, pero hermosos
e irritantes, maravillosos y terribles como son siempre y cada vez, tan dignos
de ser amados y tan ignorantes de serlo, siempre–, mis estudiantes. Y la noche
se cerró sobre mi cabeza, pura oscuridad, pura opresión: mis estudiantes no
eran míos, no me querían como yo a ellos, no eran míos, me traicionaban…
Hasta
que, finalmente, amaneció.
Y
me vi fuera, bajo un cielo azul profundísimo, rayado de nubes blancas surcadas
por aves y corrientes de aire, tirada en el patio de la escuelita en Jalalpa,
junto a un arbolito enclenque, acompañada de un puñado de escuincles que leían
tirados en el suelo, bien a gusto.
Y
recordé todo, todo, todo; primero el dolor; luego, el terror; después el frío,
el miedo; a mi padre sonriendo, la mirada verde de mi madre, la voz lejana de
mi hermano… mis patines… yo de niña… mis fotos de niñita, riendo y jugando al
cíclope con mis tíos… y, al final, esperando por mí, completamente vivos y
despiertos, el Cielo Azul, los Árboles y el Viento.
Entonces descubrí frente a mí, rodeándome sin ceñirme, un grupo de muchachitos me miraba con curiosidad, los ojos llenos de inteligencia y risas. Y me supe libre; y también supe que ellos también debían serlo; supe que no eran míos ni debían ser de nadie, más que de sí mismos, y les mostré mis sueños, mis terrores, mis Cielos y el sonido del Viento. Los amé y fui lo mejor que pude, para ellos. Los convertí en mis Maestros y acepté ser su Maestra.
Entonces descubrí frente a mí, rodeándome sin ceñirme, un grupo de muchachitos me miraba con curiosidad, los ojos llenos de inteligencia y risas. Y me supe libre; y también supe que ellos también debían serlo; supe que no eran míos ni debían ser de nadie, más que de sí mismos, y les mostré mis sueños, mis terrores, mis Cielos y el sonido del Viento. Los amé y fui lo mejor que pude, para ellos. Los convertí en mis Maestros y acepté ser su Maestra.
Debo
haber hecho algo bien para haberme merecido este privilegio que me sabe tan
absurdo, ¿quién soy yo para merecer esto?, no lo sé, pero debo merecerlo, pues
lo logré, por primera, única vez, logré amarlos sin que fueran míos. Y logré no
ser la peor versión de mí misma, sino que por el contrario, inventé una, la
mejor de todas, y la volví real, para ellos. Quise ser mejor de lo que era,
para honrar su cariño; y resulta, ¡resulta, sí!, que lo logré.
Espero sinceramente ser digna
de lo que enseñé, que no fue sino esa misma ciencia de amor perfecto que ellos
me regalaron, todos ellos, mis estudiantes de la prepa de Jalalpa.
Una larga despedida (2)
Voy a abrir, sólo por hoy y sólo por esta vez, una sesión de quejómetro; diré todo lo que quiera decir al respecto durante la cantidad de tiempo que me lleve terminar de una vez con tanta chingada queja y lo dejaré aquí publicado. De nuevo, será sólo porque sí, porque por qué no. Y no volveré a decir nada al respecto. Sólo... quiero decirlo y ya, para dejarlo aquí y no llevármelo cargando cuando me haya ido.
Y es que ahora resulta que todos me quieren mucho en la escuela de Jalalpa; ¡qué tal!, caray, ¡y yo sin darme cuenta! Así es: aparentemente, como sola por envidiosa, para no compartir con nadie mi comida; o bien, por gusto, es decir que si nadie me invita es porque creían que me encantaba comer sola. Debe de ser, sí, claro; como soy una persona tan tímida y retraída, y como me cuesta tanto trabajo entablar conversación con las personas, además de ser hosca y muy parca en risas, era lógico que todos pensaran que prefería comer sola.
Hay uno, que no me odia pero al que le caigo bastante mal, que se toma la molestia de despreciarme abiertamente, hace comentarios que sugieren que soy medio pendeja siempre que tiene oportunidad y se rió de mí en público por ser budista; no es que me encante que me humillen y el señor se ha ganado mi más amplio, honesto, puro y mutuo desprecio por estos detallitos precisamente. Pero ahora que andan todos tan interesados en... pues no sé bien en qué, supongo que en resguardar la imagen de "gente buena" que aparentemente tienen de sí mismos, y se han esforzado tanto en hacerme saber que cada uno de ellos sí me quiere, agrego "respeto" a la ira que me despierta el tipejo en cuestión. Prefiero sus humillaciones, ya conocidas y baratonas pero al menos honestas, que esta manera extraña y... atemorizante en que personas feas que se han portado de la chingada conmigo, se acercan y me dicen que ellas me quieren mucho; que de hecho, hay muchas personas que me quieren mucho. Francamente, me reservo mis comentarios. Sólo preferiría que me ignoraran, como llevamos años haciendo, y me dejaran ir en silencio.
Está también el caso de otra de esas "amigas" que ahora me ador[n]an, que me dijo muy compungida y a punto del llanto que no me vaya así, enojada. ¡Ah, caray!, pues es que si estuviera muy contenta, no me iría; es obvio.
Ton's, pues no quiero ser pelada, de verdad que no; y tampoco es mi intención herir a nadie ni hacerle daño a ninguno de mis compañeros. Pero tampoco tengo porqué seguirles el juego. Ya no. Entre muchas otras, por eso me voy; porque los quise mucho, mucho, y a algunos de ellos los busqué mucho, a otros inclusive los consideraba mis amigos, pero poco a poco fue quedando claro que no era mutuo. Un tiempo pensé que quizá yo no estaba enviando el mensaje correcto, así que me apersoné un par de veces a comer, un tiempo en la cafetería, en otra ocasión en el cubículo donde varios que me agradaban se reunían. Mala idea. Lo de la cafetería se acabó el día que una maestra psicópata que hay ahí me insultó a gritos en frente de todo mundo. De milagro no me pegó. Y lo del grupito se acabó, porque la siguiente vez que fui, estaba calentando mi comida, y en lugar de invitarme a unirme a su grupo, me desearon buen provecho y me aconsejaron cerrar bien la puerta porque ellos iban a comer en otro cubículo ese día.
Y sí, sí soy, ya en serio, muy abierta y risueña, pero no haya sentido del humor que aguante tanta jodidez.
Ha de ser que "no se dieron cuenta" (supongo que se dicen a sí mismos cosas así), "lo hicieron sin querer" o de plano, ni siquiera recuerdan haber hecho esas cosas o quizá más bien, igual y el problema es que yo soy demasiado sensible. O algo así han de decir, porque cuando vienen a mi cubículo tras enterarse de que me voy, llegan incrédulos a afirmar con la voz llena de certeza y la voz quebrada por la emoción que lamentan muchísimo que me vaya, porque ellos me quieren mucho. Pues... no, la verdad no sé qué pensar.
Mejor ya no pienso nada, excepto: "qué bueno que ya me voy", porque son maestros de los que estamos hablando aquí, gente adulta, con grados de licenciatura para arriba; no estamos hablando de escuincles de 15 años que hieren a lo pendejo, porque no tienen experiencia ni interés en cuidar de los demás ni de sí mismos. ¡Si al menos este montón de gente horrenda con la que trabajo a diario, que tiene a su cargo una tarea tan delicada y preciosa, si al menos esa pinche gente tuviera la suficiente claridad y respeto por sí misma, podría, ya dije, ignorarme o de plano, venir y decir: "pinche MaryCarmen, me caes del Averno, ¡qué bueno que ya te largas!" Y así al menos podría responderles o ignorarlos o cualquier otra cosa del nivel que mejor me parezca, en lugar de tener que aguantar sus extrañísimos lloriqueos, porque si algo me queda claro, es que yo los quise muchísimo, tanto o más que a los muchachos... y no me valió de nada. De nada.
Y luego está mi otra queja, esa otra queja, mi queja de siempre, que ya no es berrinche (todo lo anterior sí lo es, me queda clarísimo), respecto al hecho de que A NADIE en Dirección General del IEMS le importa un soberano cacahuate ni la institución, ni los planteles, ni mucho menos los estudiantes. Sobre todo, no les interesan los estudiantes. No les importan. Les valen madres. Y por ende, les valen madre también los profesores. De hecho, los únicos maestros dignos de su consideración (y no precisamente porque los quieran apoyar) son aquellos que hacen de más; los que organizan cosas por fuera, invierten cantidades realmente fuertes de dinero en comprar materiales, libros, cuadernos, premios; en invitarles una comida de vez en diario a los estudiantes que sabemos que andan todo el día sin comer, porque no hay dinero en casa o porque están en situación de abandono y en su casa a nadie le interesa si comen o no... maestros que dan su tiempo personal, incluso en vacaciones y fines de semana, para entrenar a los muchachos o ensayar con ellos, o llevarlos a conciertos o al teatro o a lo que sea, y acaban pagando la mitad de los boletos con dinero y tiempo que nadie les repone, pero tampoco les importa, porque ¡no lo están haciendo por dinero! ¡Qué miedo le tienen en Dirección General a estos profesores!, ¡con cuánta sospecha observan el trato cariñoso y la devoción con que los estudiantes les hablan!
Sí, se sospecha de ellos. Y no sólo Dirección General; la cosa empieza por los coordinadores, siempre listos pare entorpecer cualquier actividad "sospechosa" de ese tipo: a ver, qué cosas secretas andará haciendo ese maestro con los estudiantes, fuera de la escuela, donde nadie los mira, ¡y los papás en la luna, confiadotes!... Y ello por no mencionar a los compañeros, esos que miran con malos ojos todo lo que los demás hacen; los flojos, porque temen que se les pida trabajar a un ritmo similar, ellos que no hacen ni siquiera lo que deberían. Y los que le echan ganas, en lugar de ser solidarios, se llenan de envidia y critican lo que los otros hacen, lo tachan de cuestionable, les parece que las actividades extracurriculares de los "otros" no son limpias como las suyas, sino que responden a intenciones seguramente malsanas y perversas.
Por eso nunca sé si reír o llorar cuando en el plantel alguno viene a mi cubículo y me pregunta por qué las cosas no funcionan como deberían. ¡Mi vida! Si me atreviera, le contestaría algo así (es una respuesta muy ensayada, la pienso cada vez que alguien me pregunta estas cosas, que es bastante seguido; no lo van ustedes a creer, así como los ven ahí a desayunar no hay quien me invite, pero qué tal cuando necesitan consejos, kleenex, firmas,solidaridad o un cafecito... en fin):
Nomás para empezar, el problema es que esta condenada escuela es en realidad un lavadero en el que los licenciados, maestros y doctores -con Maestrías y Doctorados, aunque usted no lo crea- que conforman nuestra súper planta docente pasan la mayor parte de su tiempo metiéndose unos en los cubículos de los otros con el fin de regar chismes e intercambiar información, gracias a lo cual esta escuela se ha convertido en un lavadero de vecindad. Así que, cuando pasa algo "interesante" (léase, telenovelesco del estilo de "¡la Psicópata rompió la puerta cristalera a mano limpia en uno de sus ataques de ira!"), suceden dos cosas, seguras y ciertas como el sol: que en media hora ya se enteró TODA la escuela; y segunda, que no va a suceder absolutamente nada, excepto que quizá reemplacen rápido el cristal roto, no vaya a ser la de malas que alguien se lastime.
Nomás para empezar, el problema es que esta condenada escuela es en realidad un lavadero en el que los licenciados, maestros y doctores -con Maestrías y Doctorados, aunque usted no lo crea- que conforman nuestra súper planta docente pasan la mayor parte de su tiempo metiéndose unos en los cubículos de los otros con el fin de regar chismes e intercambiar información, gracias a lo cual esta escuela se ha convertido en un lavadero de vecindad. Así que, cuando pasa algo "interesante" (léase, telenovelesco del estilo de "¡la Psicópata rompió la puerta cristalera a mano limpia en uno de sus ataques de ira!"), suceden dos cosas, seguras y ciertas como el sol: que en media hora ya se enteró TODA la escuela; y segunda, que no va a suceder absolutamente nada, excepto que quizá reemplacen rápido el cristal roto, no vaya a ser la de malas que alguien se lastime.
En los once años que llevo trabajando ahí, nunca he sentido la menor inclinación por ver "Laura en América"; no me hace falta. Además, en ese programa todo es actuado y en mi escuela, es pura vida real.
Así que, en resumen, si se decidiera hacer una razia en ese plantel, correrían preferentemente a esos maestros espantosos que quien sabe qué cosas raras y seguramente depravadas hacen con los estudiantes, que gastan los recursos de la escuela en hacer revistitas y cosas llenas de palabras y secretos, organizando concursos de matemáticas cuando" todo el mundo sabe que los chamacos son unos ignorantes, incapaces de hacer las operaciones aritméticas más elementales y estos condenados maestros salen con "olimpiadas de matemáticas" y "rallies de matemáticas" y quien sabe cuántas jaladas más para perder el tiempo"; yo no dudo que, de correr a alguien, sería a esos profesores que envían a los alumnos a hacer preguntas de dizque periodismo y andan enseñándoles cosas que "todavía no son para ellos" y, para acabar más pronto, correrían a aquellos que dan demasiados problemas, aunque trabajen hasta de más y siempre acudan a sus clases y den sus asesorías, y aunque cumplan con sus horarios y hasta se pasen, precisamente por eso dan mala espina, realizan actividades no-aprobadas por la Coordinación y mejor al carajo y que vuelva la paz. Todo ello mientras la Psicópata cobra re-a gusto cada quincena, los inútiles perezosos reciben sus cambios de plantel y otros premios similares, el Sindicato se roba las prestaciones que deberían repartirse equitativamente entre el personal y los traumados van por ahí, gritándoles a los estudiantes, llenándolos de pavor, humillándolos, insultándolos y, en breve, desquitándose con ellos por su incapacidad para ser buenos maestros y buenas personas, o al menos intentarlo.
Con todo esto queda claro, espero que sí, que tengo muchas, poderosas y tristísimas razones para irme, y además, irme enojada; ¡cómo chingados podría irme de otro modo! ¡A mi pinche, pinche y dolorosísima incapacidad para hacer algo realmente significativo con esos muchachitos, se suman todas estas pendejadas; ver a esos tipos y tipas mal llamados "maestros" zarandear y ejercer violencia contra los estudiantes, una y otra vez, o ignorarlos y tratarlos siempre como si fueran un estorbo o peor aún, como si fueran casos perdidos, como si no valieran la pena!... y que sea imposible hacer nada, porque a nadie le importa, como tampoco nadie hace nada respecto a los profesores que llegan, firman y se largan a su casa; los profesores que aceptan sobornos; los bilbliotecarios que se niegan a atender a los grupos; el coordinador que llega a la hora que quiere y no hace nada más que entorpecer la vida del plantel, meterle el pie a todo el mundo y dejar que los edificios se caigan a pedazos..., ¡no es porque no se pueda hacer nada de lo MUCHO que podría y debería hacerse, no porque sea imposible, o demasiado difícil, no porque nadie sepa cómo deberían hacerse las cosas, ni tampoco porque no haya gente capacitada para hacerlas, sino por una falta que no puedo entender de ética, de respeto por su propio trabajo y de conciencia de que están echando a perder su vida y la de sus estudiantes... ¡no, señores, el IEMS se está yendo al carajo porque A NADIE LE IMPORTAN los estudiantes, ni la institución, ni mucho menos los profesores que se consumen ahí o bien de aburrimiento, o bien por exceso de trabajo y por el desgaste psicológico tremendísimo que despliegas cuando te tomas a los muchachos en serio!: que nadie se confunda ni cubra con eufemismos el hecho simple de que A NADIE LE IMPORTA LO SUFICIENTE.
Y yo... no soy la Madre Teresa de Calcuta, ni quiero serlo a estas alturas; y además, mis compañeritos, que me quieren tanto, no creen que las cosas estén tan mal. Así que, como dije la vez pasada, la que está mal aquí soy yo. Así que está bien que sólo yo me vaya; pero no cargando esto. Ya no.
Y yo... no soy la Madre Teresa de Calcuta, ni quiero serlo a estas alturas; y además, mis compañeritos, que me quieren tanto, no creen que las cosas estén tan mal. Así que, como dije la vez pasada, la que está mal aquí soy yo. Así que está bien que sólo yo me vaya; pero no cargando esto. Ya no.
enero 10, 2014
Una larga despedida (1)
Voy a reactivar esta cosa de una manera
que me es del todo extraña. Habitualmente, escribiría esto en mi diario;
cerraría al terminar el cuaderno; lo releería unas horas o días después, y
hasta ahí. Esto, en cambio, va a ser público. Ya no importa por qué.
Hace once años y medio llegué al IEMS;
tampoco es que fuera mi intención quedarme ahí más de una década. He visto ir y
venir a un montón de gente; algunos fueron excelentes maestros y los lloré
cuando se fueron. Otros eran un asco; qué bueno que se fueron. Ahora me voy yo.
Sé que no fui un asco; me he asegurado de ello. Es más, mi trabajo en el IEMS,
en Jalalpa, es de lo poquísimo que puedo asumir como mío, con orgullo y sin
culpa: yo hice todo eso. Y me voy ahora, porque no quiero estar ahí cuando
también yo me iba a convertir en una estúpida mediocre que maltrata escuinlces
y se queja todo el día y todos los días del IEMS, pero cobra su quincena
puntualmente y aun tiene el descaro de exigir mejores condiciones laborales. No;
yo no voy a ser esa persona horrenda, porque no me voy a quedar a ver cómo
sucede. Igual que cuando por fin decidí terminar con mi matrimonio, lo decido
tras pensarlo larga, larga, largamente, y no sin haber intentado toda clase de
cosas para ver si la que estaba mal era yo. Resultó que sí: la que está mal soy
yo, porque los demás están muy a gusto; sólo yo quiero más; espero más, de mí,
de mi capacidad para hacer valer esta vida.
Corto de golpe, con un
solo tajo, que conste que estoy avisando que no voy a regresar; por supuesto,
nadie me cree. No me conocen. Después de once años, no me conocen lo suficiente
para saber que yo tardo mucho en decidirme, pero cuando finalmente lo hago, no
hay marcha atrás. Cuando tomo una decisión, no renuncio a nada: en el instante
mismo en que decido, las demás opciones desaparecen, como si jamás hubiera contado
con ninguna otra opción –ni mejor, ni peor: ninguna otra- que la elegida. E igual
que con aquel que fue mi Más Amado, también ahora me voy antes de que valga
madre todo, porque ya vi que, irremediablemente, es ya imposible detener la
corrosión; ya carcomió todas las capas que protegían el centro. Sólo queda puro
e incólume mi amor por los muchachos: así sé que éste es, y no otro, el momento
correcto de partir: justo antes de hacerles daño.
Y
sin embargo, heme aquí, justificando mi partida. Está bien. Ya que es eso lo
que me descubro haciendo, he de hacerlo lo mejor posible, como todo, pues hoy
una a la que quiero sinceramente y a la que considero mi amiga (sólo me llevo a cuatro amigos de ahí), me pidió
cuentas, con tanta franqueza y tan honestamente dolida, que para ella y para
los otros tres, y para mis amadísimos estudiantes (quienes jamás –qué mal hice
mi trabajo en ese sentido-, jamás se atreven a pedirme cuentas de nada, tanto
así me aman y tanto así confían y tan mal así los eduqué en las costumbres de
cuestionar a cualquiera que se les plante enfrente),para ellos extiendo ahora
esta justificación.
Para
mí será, en cambio, mi manera habitual de escribir el mundo para ver cómo es,
para saber qué es esto que siento y quién es ahora ésta que escribe. Y en esta
ocasión, mi manera de despedirme. Pues sólo es real aquello que escribo, me
despido así, largamente y por escrito, para que sepan que todo es cierto: que
me voy y que amé profundamente el IEMS y mi trabajo ahí; a Jalalpa con todo y
presa y vacas radiactivas y arbolitos enclenques; las Horas de Lectura tirada
en el piso con mis estudiantes; a mis compañeros profesores, aunque sé que ya
no es mutuo, y a mis estudiantes. Sobre todo, para que sepan que amé profundamente
a mis compañeros y a mis estudiantes.
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