junio 19, 2011

Comedores Comunitarios

Por aquí crecen unas arañas negras, grandotas, con unas patas tan largas que siempre juro que son más de ocho. La primera vez que vi una, caminaba con mucha prisa desde el cuchitril ("El cuarto del holocausto", le dice Emmanuel; así de bonito está) hacia el sillón junto al ventanal; me asomé y vi un montón de cadáveres de grillos, o sea que la arañita se alimentaba bien. Confieso que a esa primera me la eché gachamente, hasta que vi a otras dirigirse al Comedor Comunitario detrás del sillón sin molestar a nadie, así que me limité a observar, inmóvil, su esperpéntica belleza (mi hermano vio una un día y casi se cuelga de la lámpara; son realmente impresionantes).

Durante un tiempo, las vi ir y venir sin más molestia que la breve pérdida del aliento cuando me sorprendía alguna, pero todo sin incidentes. Hasta ayer.

Andaba yo tratando -con poco éxito- de poner orden en la sala, cuando recogí un fardo de ropa para planchar de un sillón que se encuentra ubicado precisamente en la Carretera Arañil que lleva al Comedor Comunitario; me eché la ropa en los brazos y me fui a repartirla a los diferentes cuartos: "ésta para planchar; ésta para doblar; ésta para colgar". Llegué a mi recámara, me quité la blusa fancy que llevaba (había tenido una entrevista, de modo que andaba disfrazada de gente decente) y me calé una camiseta. Colgué, doblé y puse la ropa limpia en su lugar, y me dirigí a la sala para seguirle con el resto de mi tiradero. Me llevé las manos al cabello para ajustar el broche, adivinando con las manos la forma del chongo y del broche; lo coloqué de nuevo y me detuve ante el espejo del baño para comprobar el resultado, y ahí estaba, junto a mi oreja (y del tamaño de la misma), alpinista sobredotada, una arañota tan  negra que se perdía en el color de mi pelo, alargando su ya de por sí larguísima patita, escalando el muro de mi cabello... en el instante antes de ponerme histérica, todavía alcancé a pensar que a esa araña loca le gustaban los deportes extremos.

Lo que siguió fue patético y redivertido -para mí, que no para la pobre araña-: no grité, porque en esas reacciones raras de pánico que a veces uno tiene, se me figuró que la araña se iba a dar cuenta de que yo ya la había visto en pleno ascenso y me mordería; en cambio, me salió un sonido raro por la nariz, una especie de gemido sin sonido pero con hartos mocos; incliné la cabeza y me puse a latiguear a la alpinista con mi propio cabello (¡hay que ser idiota!, si lo bueno es que no quería asustarla...); el inocente bicho se dejó caer al suelo y se puso tal madrazo que se quedó ahí un buen rato, atontado y sin moverse, momento que aproveché para ir por el raid y rociarle la mitad de un jalón.

Se tardó bastante en darse por vencida, ¡qué bicho tan resistente! (o qué raid tan malo, no sé), pero finalmente, felpó. Se murió toda encogida, pobrecita (al fin que ya estaba muerta, ahora sí "porecita"); ni rastro de la anterior magnificencia de sus enormes patotas largotas.

Entonces sí me dio un ataque de risa histérica y me puse a pegar de saltitos por el pasillo al son de "¡Ay, nanita!", y por eso llevo hoy toda la mañana pasándome las manos por el cabello y sacudiendo enérgicamente cualquier cosa que agarro de cualquier parte de la casa.

Y aunque tengo que admitir que la raña en cuestión se veía de verdad hermosa con su patita alargada, escalando y usando mis cabellos de cuerdas de alpinista, he decidido conseguirme un buen insecticida (voy a renacer en bólier apagado por esto, estoy segura) y clausurar definitivamente el comedor comunitario.

1 comentario:

  1. Guauuu, que bueno que la me encontrè hoy fue pequeña (creì que era una muy latosa, pero igual fueron dos). Por algo no leì esto hasta hoy en la noche, aqui, en el rincón de mi casa donde acomodé mi computadora.
    Me alegra tanto que te hayas decidido a usar este nuevo elemento que nos da la oportunidad de expresarnos y tù... Dios sabe que tienes voz con la palabra escrita en especial. Estaremos en contacto.

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