septiembre 20, 2015

Ícaro


Para escapar del laberinto en el que el cabrón del rey Minos los había encerrado, Dédalo fabricó dos pares de alas, uno para sí mismo y otro para su hijo, Ícaro, y con ellas remontaron el cielo y escaparon, ¡ah, maravilla! Pero Ícaro se fascinó con la fuerza que las alas le conferían, y comenzó a volar cada vez más y más alto, porque quería alcanzar el sol; ¡y casi lo había logrado, cuando las alas comenzaron a desarmarse en pleno vuelo!, y es que las alas estaban hechas con cera, la cual se derritió por la cercanía del sol. 
       Así que Ícaro cayó y se puso un tremendo chingadazo del que, si mal no recuerdo, murió. Y eso es lo que le pasa a la gente que se emboba con el poderío de la libertad y se acerca demasiado al sol, sin preguntar primero de qué están hechas las alas que le dieron para volar.
        Claramente, uno debería usar sus propias alas; y si no tiene o están muy jodidas las suyas, buscar un medio de transporte menos derretible. Pero, en cualquier caso, sin duda, uno debe desear siempre alcanzar el sol. 
        Siempre.

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