septiembre 26, 2015

Corazón grande

Se subieron al microbús que va a Sullivan dos ñoras cincuentonas, de ésas que llevan el barrio tatuado en todo lo que hacen y dicen. Una de ellas le preguntó a la otra si no se debía haber bajado desde antes, pero la segunda contestó que no, porque iba a ir hasta Reforma para alcanzar a su hija en la marcha.
-¿A Ale?-, preguntó la primera.
-¡Ash, no, cómo crees!, ¡a Gloria! La del corazón grande es Gloria.

Me bajé con ella, pero la perdí de vista en seguida, aunque también fui a alcanzar la marcha. Llegué hasta el Ángel y descubrí que iban, como siempre atrasados. Me senté a la vera y esperé. Miré a la gente. Me llamó al atención ver a muchos clasemedieros con cara de sentirse muy satisfechos consigo mismos, y al lado señoras como la de la micro, con falda y zapatitos que supongo que ellas juzgaron cómodos para una marcha y que, al mismo tiempo, dejaban ver que nunca han estado en una. También había la gente farola de costumbre, disfrazada de Catrinas, subida en zancos o gritando consignas a pleno pulmón. Había muchos vendedores de banderas; las había de México, pero bicolores: blanco y negro; doradas, con el escudo de la UNAM, y otras blancas combinadas con ese rojo quemado casi púrpura del IPN: el consumismo al servicio de las marchas quesque revolucionarias. Y como lo estuve haciendo toda la mañana, me pregunté: ¿y dónde estaba toda esta gente el 26 de agosto o el 26 de julio o incluso de junio? No estaban; algunos pocos sí, unos cuantos nomás, pero no tooooodos estos...
       Pasó mucho tiempo, más de una hora, hasta que finalmente escuché el sonido y vi venir el camión que abriría la marcha. Y detrás venían caminando Ellos, la razón por la que fui a la marcha: los padres de los 43 muchachos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, desaparecidos hoy hace exactamente un año. Y como siempre, me dolió verlos; me dolió, porque no hay modo de paliar ese dolor, de hacer nada realmente efectivo, excepto estar ahí, presentar mis respetos, mirarlos de frente sin llorar (si ellos no lloran, ¿yo con qué derecho?) 
       Antes pasaba lista a los 43 en mi salón, pero mis estudiantes del semestre pasado se quejaron de que yo me salía del tema y que no cubría el programa, así que, con el corazón atascado de amargura, dejé de hacerlo. ¿Qué queda?, ¿sólo marchas catárticas en las que la gente sale a la calle y la desborda y grita "¡26 de septiembre no se olvida!", con la misma fórmula del 2 de octubre? Entonces, ¿cómo?; a este paso, todo el calendario va a terminar siendo una conmemoración a los muertos, a los torturados, a los desaparecidos, sin que seamos nunca capaces de hacer nada más que gritar.
       "Romper el silencio" es, sí, importante; pero ya no es, ni de lejos, suficiente. Si al menos el 26 de octubre volvieran a ser miles, como hoy, y en vez de gritar bravuconadas sin sentido se hundieran en un silencio netamente encabronado y miraran con respeto a los padres de los 43 -con Respeto, no con lástima- y con admiración recia y de frente a las mujeres de Atenco, si de veras rompieran el silencio, un día sí y otro también, yo me uniría de nuevos a los cánticos: "¡tu muerte, tu muerte: tu muerte será vengada!" Pero así como están las cosas, seguiré desde mi trinchera presentando mi eterna pelea sin cuartel, tal como lo he hecho todos estos años, enseñando a pensar, a cuestionar, a ejercer el poder de decisión, a reclamar el derecho a ser felices. Pero al ver a los papás de los 43 y a los chicos que actualmente estudian en la Normal de Ayotzinapa marchar por Reforma con los ojos secos, sin gritar consignas ni hacer ningún aspaviento, ¡qué pequeña, qué insulsa, qué inútil me ha parecido hoy mi trinchera, tan académica, tan clasemediera, tan bravucona, tan inconstante!

Presentación con vida de los 43; ¡porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!

1 comentario:

  1. Muchos clasemedieros con caras de satisfechos que tu viste y que yo también vi, fueron solamente a tomarse la selfie para presumirlas en sus redes virtuales. A muchos de ellos se les mira una "inconsciencia de clase" de esa que alude tan acertadamente el politólogo Noam Chomsky porque no han alcanzado a comprender la magnitud del problema. Coincido plenamente contigo cuando dices que gritar bravuconadas no nos llevan a nada y me gusta como cuando dices que habría que hundirnos en un silencio netamente encabronado. Y al igual que tú, yo también termino triste (como dice un poema) por no haber hecho o dicho más, claro desde mi trinchera. Con su debido permiso Maestra le comento que he leído varias de sus publicaciones (varias veces) y me han fascinado todas ellas. Siga escribiendo Maestra y de ser posible recomiéndenos también libros. Porque el mundo justamente necesita a personas como usted que enseñen a pensar, a cuestionar y todo lo demás que usted dice tan acertadamente y que solo puede ser posible cuando se tiene eso que usted menciono desde el principio un "Corazón grande". Saludos! RSánchez

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